Saturday, April 29, 2006

Nota aclaratoria

El status del envío se mantiene en "programado para entrega". Me carcome la impaciencia. Sobre "Las intermitencias de la muerte", los pillos de Alfaguara (para sacarle jugo al marketing) aumentaron el tamaño de letra para que una novela de máximo 125 o 130 páginas llegue a 260. Cosas de la industria.

Friday, April 28, 2006

Las intermitencias de la muerte



Acabada la lectura de la novela me deja buen sabor de boca. Buscando en la red he encontrado algunas opiniones desfavorables. Concuerdo en algunas incongruencias o, para ser más claros, en ciertos trucos utilizados en la primera parte del libro. Aunque no saltan tanto por la atmósfera, la falta de referencias de la ciudad que le da un toque de fábula. Los detractores hablan de una falta de continuidad en la primera parte, donde vemos a la ciudad trastornada por la huelga de muerte y la segunda, donde la muerte vuelve a trabajar con una variante : avisa por el correo postal (en una carta dentro de un sobre violeta) , con una semana de anticipación, la muerte del destinatario. El correo falla y un violonchelista a punto de cumplir 50 años no recibe la carta. La muerte se enfrenta a un problema inédito y su encuentro con el hombre es a mi juicio una de las partes más logradas de esta novela-ensayo. Tal vez por eso acusen falta de continuidad cosa que no me parece. A pesar de retratar a la muerte como esqueleto, sábana y guadaña, libra el lugar común en la transición corporal, la aparente ubicuidad de la muerte enfrentada a una habitación, retada ante un violonchelista que, sin saberlo, se ha librado de morir. En general, buen libro...

Alejandro Badillo

Thursday, April 27, 2006

AVISO

Ayer quedó formalmente inaugurado un grupo literario comandado por el célebre gastrónomo y literato cubano Pepe Prats Sariol. Por el momento el grupo está huérfano de nombre aunque ya han salido algunas propuestas como el Barco Ebrio, la nave de Jasón, etc etc. Entre los involucrados en el proyecto están el viajero psicotrópico Elías d'Alva, el místico católico Sergio Rosas, Judith Castañeda ganadora del premio nacional de cuento Salvador Gallardo y el degustador de cerveza Alejandro Badillo. En breve dará de que hablar tan dispar grupo. El grupo sesionará un vez a la semana en la Sogem o, en su defecto, en conocidos bares del centro histórico. Seguiremos informando.

Tuesday, April 25, 2006

ZONA DESMILITARIZADA

Mi cigarro brilla y tus huesos chasquean
en la oscuridad. Ya no otra escena de tortura...
Como los hombres en las trincheras, no fumo,
no quiero delatarme al enemigo.
-Pero el tabaco está mezclado con salitre
para que se mantenga encendido... Maldigo en silencio
el risoteo nervioso de la lumbre entre mis rodillas.

No tiene sentido. Tú sabes dónde estoy
–en la silla sosteniendo cuidadoso un cenicero
con la otra mano, escuchándote...
Después de la extenuante discusión en tu coche aparcado
Descansamos del suplicio que somos el uno para el otro;
calmándonos, cada uno a su modo. –Y tú,
tú sufres de doble articulación y dolor de espalda.

Estoy acostumbrado a tus calistenias
Y al orden en que las realizas
–una serie de estiramientos y de posiciones de yoga.
Me han dicho que el líquido estalla en los cartílagos
y se convierte en gas. Sea lo que sea, te ayuda a recuperarte...
En las noches buenas, me froto las manos
y retiro la estática de tus ojos.

Esta noche no, por supuesto. Pero de todos modos
te oigo desvestirte, en este pequeño cuarto
en el que casi todas tus prendas caen a mis pies, y tú
te metes en la cama. Nos habíamos dejado de hablar,
pero ahora me pides que venga yo también a acostarme
y, mientras pienso en la bendición
de poder olvidar nuestras diferencias, acepto.

Michael Hoffman

Friday, April 21, 2006

Nuevo número de Crítica

Para los interesados en aderezar con comentarios cultos sus pláticas o impresionar a algunas señoras sanborn's el nuevo número de Crítica presenta un interesante ensayo de Juan Villoro sobre Juan Carlos Onetti. Villoro da su lectura sobre el génesis de la obra de Onetti: la malograda novela "Tiempo de abrazar", la primera novela "El pozo", el tránsito estilístico de "Tierra de nadie" y, claro, dos obras maestras: "La vida breve" y "Los adioses" novela que leí de un tiron en un bar en penumbras, comiendo chicharrones y un par de gin tonic's. También un muy buen cuento de Juan Sebastián Gatti y un ensayo sobre la "Página perfecta y Borges" de Gabriel Bernal Granados.

Tuesday, April 18, 2006

También el tiempo estaba....


También el tiempo estaba
en la casa de nuestras abuelas.
Había muñecas de porcelana
de tristísimos ojos y ella
miraba con sus ojos ciegos
el tiempo que ahora está aquí,
entre nosotros, casi como si fuese
luz de arcilla. Y las manos
blanquísimas en palanganas
de mercurio. Caballos desnudos
en las calles de tierra.
Vírgenes en los cuartos
oscuros con el vientre
de nácar. Y, más tarde,
el columpio vacío y el sillón
vacío, el reloj oxidado
en las paredes grises,
el llanto en el torrente
y una anciana arañada
por el tiempo, los días
en el desván, como juguetes
que olvidó la muerte.
Así era Masnou
antes de irte a París.
Y así nosotros.

Juan Antonio Masoliver Ródenas

Monday, April 17, 2006

Perdón Meneses

Desde aquí una disculpa al maestro Meneses. En el transcruso del viernes santo al sábado de gloria, el que esto escribe junto con el siempre combativo Marqués de Karabás, se dieron a la fatua tarea de beberse la botella de vodka oso negro que había comprado mi madre para la ofrenda del susodicho gurú etílico. Baste decir que al otro día el buen Meneses se cobró caro nuestro atrevimiento con una cruda de dimensiones bíblicas. Seguiremos informando...

Thursday, April 13, 2006

Encuentros inesperados


El aire es frío y te acompaña mientras las puertas abren sus hojas de alta tecnología. El ronroneo eléctrico de las escaleras te lleva a la terraza, donde puedes observar el cielo contenido, a la ciudad que no entiende de tristezas, de mañanas huérfanas de sol, llenas de bostezos. Entras al baño para verte en el espejo, tu rostro aburrido te asusta y acercas las manos al despachador de papel, como si la sola proximidad fuera suficiente para comprender el complejo mecanismo que deja en libertad las toallas. Sales del baño justo cuando la luz se convierte en una escala de grises; la observas detenerse en las tazas de café, en los ojos de la mujer que contempla las rebajas de una boutique. Deambulas por el piso reluciente. Entras a la tienda de mascotas y te solidarizas con los descoloridos canarios, con las tortugas amontonadas en una piedra, con los peces que inventan nuevas formas de nadar en su cárcel perpetua. Sales de la tienda con pensamientos tristes y eso te lleva a sentarte en una banca, a tratar de imaginar los pensamientos de la chica que reparte propaganda. Su sonrisa perfectamente ensayada hace que te levantes de tu asiento. Pasas junto a un mapa, pero prefieres seguir tus instintos y caminas sin rumbo entre anuncios luminosos, entre gente de vidas planeadas y boletos de estacionamiento. Encuentras un poco de consuelo cuando llegas a la fuente; algunas monedas están en el fondo, y piensas en los deseos que formuló la gente al aventarlas. Buscas en los bolsillos y sacas una pequeña moneda plateada, la pasas entre los dedos mientras dejas que alguna vana esperanza llegue a tu mente. Al no presentarse ninguna, la colocas en tu uña como una piedra lista para ser impulsada por una catapulta. Inicias la cuenta regresiva. Cuando el momento cumbre se acerca, sabes con exactitud lo que vas a pedir. El pulgar se acciona como un resorte y la moneda gana altura, gira sobre su eje varias veces hasta que se zambulle entre las burbujas que custodian el chorro de agua. Después de flotar unos instantes, tu deseo convertido en moneda desciende entre vaivenes. La travesía no termina al hacer contacto con el fondo, porque una vez ahí, es impulsada por las corrientes surgidas de las entrañas de la fuente. Después de superar las intersecciones de los mosaicos, se detiene junto a otra moneda similar en tamaño aunque de color dorado. Sonríes porque tu deseo se está cumpliendo. En ese momento la mujer de la moneda dorada, que había lanzado sus pensamientos al agua minutos antes que tú, sabe que algo está pasando, que debe regresar inmediatamente al centro comercial. Vas por un café de máquina, le pones mucha azúcar y regresas a tu lugar junto a la fuente. Mientras esperas la conclusión del deseo, la mañana congrega más nubes, se disfraza de tarde. Un empleado del centro comercial pasa frente a ti, lo llamas, te mira extrañado cuando mencionas algo sobre los encuentros inesperados.

Alejandro Badillo

Sunday, April 09, 2006

POSTAL DE MARRUECOS


Recogió las cartas que habían echado por debajo de la puerta. Entre sobre y sobre colgó el saco en el respaldo de una silla y arrojó las llaves del automóvil encima de la mesa. Llegar a casa era un alivio. Cuentas de banco y una tarjeta postal de Marruecos, seguramente de su prima que andaba en un viaje perpetuo y se reportaba, de vez en cuando, por correo. ``Que ganas de estar allá'', pensó asomándose a la fotografía, que era la toma aérea de un pueblo café, rodeado por una extensión desértica que provocaba angustia. Las casas apeñuscadas eran del mismo color que la arena; más que un pueblo, parecía una irregularidad del desierto. Abrió la ventana para que entrara un poco de aire, empezaba a hacer calor. Se abanicó la cara con una de las cartas, antes de asomarse por segunda vez a la imagen de la postal. Descubrió que el pueblo estaba amurallado y que para entrar había que utilizar una puerta enorme, con forma de arco.
``De noche deben cerrar este pueblo'', dijo mientras sacaba una lupa del cajón de su escritorio. Examinó con cuidado la zona del arco y descubrió que, efectivamente, había dos puertas de madera, abiertas, con toda la pinta de cerrarse por la noche. Por debajo del arco pasaba una señora cargando una garrafa de agua y una niña jalando una chiva. El horizonte de la fotografía no era muy amplio y no se veía de dónde podían sacar el agua, ni si la chiva era una chiva aislada, o había salido de un grupo que pastaba en algún manchón verde, situado en el más allá fotográfico. ¿El más allá fotográfico?, la ocurrencia le dio risa y se le antojó celebrarla con una cerveza que extrajo del refrigerador. Entre una Sol y una Heineken, eligió, riéndose, la del ``más allá holandés''.
Destapó la lata verde convencido de que ese era su tono de verde favorito. Regresó a la mesa y a su montoncito de correspondencia. Se sacó los dos zapatos por el telón y los lanzó con fuerza; uno cayó con gran escándalo en el suelo y el otro dio un golpe sordo encima del sillón. La lata verde tenía una cresta de espuma que invitaba a pegarle un trago largo. Abrió el resto de las cartas. Cuatro del mismo banco, una con la deuda de su tarjeta de crédito, otra con un folleto de productos exclusivos para tarjetahabientes, otra con una carta donde le anunciaban que acababan de extenderle el crédito a su tarjeta y la última, que era otro folleto, presentado por una mujer sonriente, que ofrecía una tarjeta adicional, con carga a la tarjeta titular, para ``esa persona que tanto amamos''. Recordó una frase del poeta Roque Dalton y pensó que no sería mala idea remitirla al banco: ``No sé cómo pueden castigar a alguien que roba un banco, si antes ya hubo quien fundó el banco''.
Bebió, a la salud de Roque, varios tragos de su más allá holandés. Sacó la postal de su prima de abajo de la correspondencia y cuando la volteó para leerla, descubrió sorprendido que no era de su prima, ni de nadie; estaba en blanco, no venía de ningún lado, más bien estaba lista para escribirle algo y mandarla por correo a otro país. Pensó que sería divertido enviarle la postal a un amigo, con unas líneas de ambiente marroquí, algo así como: ``Recibe un abrazo desde el norte de Africa''. El proyecto de broma fue celebrado con los tragos que le faltaban a la cerveza para terminarse. Luego, en un arranque festivo, arrojó la lata por la ventana. La oyó caer en la calle con un escándalo como el del zapato que cae al piso.
Aplicó nuevamente la lupa sobre la postal. El calor empezaba a ser insoportable. Inició un recorrido aéreo desde el arco de la entrada. Observó que en vez de la señora con la garrafa de agua y de la niña jalando a la chiva, entraba un muchacho, de sombrero rojo, cargando un atado de leña. Con el ojo puesto en la lupa, sobrevoló ansioso el laberinto de calles, hasta que dio con la señora del agua y la niña de la chiva. ``Qué carajo pasa aquí'', dijo con una angustia que lo lanzó de vuelta al arco de entrada y lo que encontró ahí lo hizo levantarse de la silla: en vez del muchacho de sombrero rojo, debajo del arco pasaba un perro. Sobrevoló otra vez el laberinto hasta que encontró aquello que lo hizo perder la razón. Con el ojo bien abierto sobre la lupa, vio en una de las calles, debajo de una ventana abierta, una lata tirada de Heineken, y unos metros más atrás, al muchacho de sombrero rojo, que hacía unos instantes había pasado por debajo del arco. Levantó la cabeza, arrojó lejos la postal y la lupa. Estaba preguntándose, aterrado, si esa lata sería la suya, cuando una imagen vino a confundirlo todo: frente a su ventana pasó el muchacho del sombrero rojo y el atado de leña.


Jordi Soler

Monday, April 03, 2006

............

Es de noche. Las luces de las lámparas atraen a decenas de escarabajos nocturnos. Sus cuerpos obesos zumban, chocan una y otra vez contra los ventanales. Tres figuras bostezan, observan a los insectos en silencio; una de ellas voltea, ve con insistencia la cama vacía de al lado. Uno de los escarabajos abandona el grupo, dirige su vuelo bamboleante hacia los límites del jardín, cruza entre el vello blanco de las ortigas. Jeremías dedica una mirada aturdida al rastro de sangre que gotea en las baldosas. El escarabajo gana altura, pareciera que se guía por los postes de luz; sus alas reflejan las luces neón que pueblan las azoteas. Al acabar la hilera de postes desciende un poco. La ciudad ha terminado y sólo quedan apéndices, ramificaciones que la conectan con otras ciudades. El profeta alisa con dedos tiesos su barba, recuerda gritos, vidrios rotos, el silencio que cubre el pabellón y que disfraza de profecía incumplida. El niño mueve el cuerpo entre las sábanas. El escarabajo sigue las líneas punteadas de un camino solitario. Después de unos minutos, exhausto, cae al asfalto. Esconde las alas aunque no puede evitar que algunas queden desparpajadas bajo el estuche del caparazón. La figura caída de un hombre descalzo proyecta una débil sombra. El insecto trepa por los pliegues de la bata azul, curiosea entre los cabellos empapados en sangre, la nariz rota, los ojos fijos en algún punto del cielo. En el ala oeste del edificio tres figuras azules duermen. El jardín, antes inmóvil, es recorrido por un viento ligero. El escarabajo agita las alas, dirige el vuelo hacia un poste, asciende lentamente hasta perderse en la luz de una lámpara.