Monday, December 29, 2008

Cuento de Alejandro Badillo en revista de la dirección de literatura de la UNAM

Para cerrar y empezar el año, el curioso lector podrá encontrar mi cuento Historia del durmiente despierto en la revista de la dirección de literatura de la UNAM, "Punto en línea" número 14. En este vínculo www.puntoenlinea.unam.mx podéis encontrarlo. Salve.

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La rueca de Onfalia



La rueca de Onfalia
Juan Vicente Melo
Universidad Veracruzana
2da edición, 2007

De la llamada generación de Medio Siglo sobresalieron autores de una obra abundante, con una amplia presencia en revistas y periódicos como Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y Salvador Elizondo. Otros integrantes de la generación, como Inés Arredondo y Juan Vicente Melo fueron autores de obras breves, crípticas y concentradas. Arredondo se dedicó exclusivamente al cuento y a la crítica literaria y Juan Vicente Melo a la novela, cuento y crítica musical. Este último nacido en Veracruz en 1932 y fallecido en 1996, es uno de los miembros de la generación de Medio Siglo menos estudiados y conocidos. Descendiente de una familia de médicos, Juan Vicente Melo, después de estudiar medicina y especializarse en dermatología en París, decidió colgar el estetoscopio y abandonar de forma definitiva la medicina para dedicarse de lleno a la literatura, la crítica musical y la promoción cultural. Bajo su dirección la Casa del Lago de la unam vivió una de sus mejores épocas. También fue colaborador activo de “México en la cultura”, que bajo la batuta de Fernando Benítez y las reseñas de Emanuel Carballo cobijaron y promovieron el trabajo de jóvenes escritores. Melo es autor de La noche alucinada (cuentos, 1956), Los muros enemigos (cuentos, 1962), Fin de semana (cuentos, 1964), Festín de la araña (relato largo, 1966), Juan Vicente Melo (autobiografía, 1966), La obediencia nocturna (novela, 1969), El agua cae en otra fuente (cuentos, 1985). De su obra sobresale La obediencia nocturna, novela cuyo sustento es la pérdida de identidad, una larga temporada en el alcohol y la pesadilla de un joven que llega a estudiar Derecho a la ciudad de México. La obediencia nocturna está impregnada, como muchos de los relatos anteriores del autor, en una atmósfera densa, donde se funde el presente con el recuerdo idílico de la infancia, donde la fascinación del pecado y una búsqueda incesante de la culpa cambian el sentido de la realidad y disuelven significados. El lenguaje de Melo parece enredarse y, a la manera del denso ramaje de un árbol, construir una prosa que —como comenta José de la Colina para el libro de cuentos Los muros enemigos— no se preocupa de analizar, ni de ofrecer verdades indiscutibles, sino se ocupa exclusivamente de sentir. La obediencia nocturna es, a pesar del regateo del gran público, una de las novelas fundamentales de la literatura mexicana y una obra de madurez de Juan Vicente Melo. Después de La obediencia nocturna Melo sólo publicó cuentos y crítica musical. Al paso de los años regresó a Veracruz y tomó las riendas de la editorial de la Universidad Veracruzana. Poco se sabía de una obra nueva, aunque desde los tiempos de “México en la cultura”, anunciaba y daba adelantos de La rueca de Onfalia, novela que terminó antes de morir aunque no pudo verla publicada en vida. La rueca de Onfalia es el punto final de la obra de Juan Vicente Melo y un regreso (como Ónfalos o el mítico centro del mundo) a los orígenes. En la novela Melo retoma su historia familiar en Veracruz mediante las voces y tragedias personales de abuelas, madres y tías. El abuelo, un hombre importante de la región, exgobernador de Tabasco, político en el exilio que tiraba moneditas de oro a los pescadores, incurre en una infidelidad que nunca perdona su esposa. El odio, a lo largo de los años, se transformará en castigo y luego en un largo silencio. La pareja vive en cuartos separados muchos años. Cuando muere el abuelo la esposa engañada manda desalojar su cuarto “para que no quede de él ni el olor”. Así, la traición es el detonante y el motivo que afectará a las siguientes generaciones. Las mariposas, presentes en toda la obra, sirven como amuleto del amor, pero también como símbolo del engaño. Al contrario de La obediencia nocturna, La rueca de Onfalia, a pesar del tema, tiene un tono más benévolo y nostálgico, los personajes rodeados de sus recuerdos se pierden en largos monólogos donde cuentan su versión de la historia y las particularidades de su desgracia. Como el viajero que intuye el final del camino, Juan Vicente Melo con La rueca de Onfalia, ajusta cuentas con el pasado. Escrita contra el tiempo, contra la enfermedad y el cansancio, es un digno punto final a una vida dedicada a la literatura, vida que dio obras que aún esperan un redescubrimiento de las nuevas generaciones de lectores.

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Tuesday, December 09, 2008

Luciérnagas de Juan José Tablada

Monday, December 08, 2008

El invierno en Lisboa



El invierno en Lisboa
Antonio Muñoz Molina
Editorial Seix Barral
Segunda edición, 1998

La primera referencia que tuve de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) fue el prólogo que escribió a los cuentos completos de Juan Carlos Onetti para la editorial Alfaguara. En el texto el escritor español traza la geografía literaria de Onetti y, al mismo tiempo, reconoce las huellas que dejó en su obra. El contagio de Onetti, la soledad y hastío que ronda sus personajes son el espejo en el que se refleja la obra de Muñoz Molina
El invierno en Lisboa, novela publicada en 1987, es un buen referente para encontrar las influencias y las claves de la literatura de Muñoz Molina. El leitmotiv de la historia son los encuentros intermitentes, tortuosos, de Santiago Biralbo, un solitario pianista de jazz y Lucrecia, mujer de un contrabandista de obras de arte. En medio de la trama transcurre el jazz como un pensamiento triste, Lisboa como un personaje imaginario que se materializa en una ciudad abandonada y gris; también Madrid y San Sebastián, ciudades descritas con morosidad, a través de un filtro húmedo y nebuloso.
Como sucede en la mayoría de las obras de Muñoz Molina la historia tiene mucho de novela negra, pero más allá de la utilización de situaciones criminales, héroes solitarios, la infaltable mujer ubicua, siempre inalcanzable, El invierno en Lisboa tiene como protagonista el peso de la atmósfera que rodea y da profundidad a los personajes. En un homenaje a la película Casablanca, Santiago Biralbo toca el piano todas las noches en el Lady Bird, bar para insomnes regenteado por Floro Bloom, lugar en el que conoce a Lucrecia. El jazz, el humo de los cigarros, la manera en que las notas del piano y del sax llenan el lugar, son suficientes para que el destino de Biralbo y Lucrecia se trastoque y desde ese momento estén condenados a buscarse, a rechazarse, a encontrarse.
En Onetti los personajes se regodean con su inmovilidad, sus vidas transcurren de forma perezosa, a veces se contentan con fumar, mirar a una mujer desde un balcón, imaginar empresas imposibles mientras están tirados en la cama, contemplando el techo. En Muñoz Molina los personajes viven más aprisa porque funcionan en el entramado narrativo de la peripecia, pero no naufragan en clichés, ni en trucos baratos tan utilizados por los escritores de bestsellers; los personajes del escritor español tienen nueva vida por el lenguaje que entra en escena desde la primera página, una prosa que tiene el amargor de Juan Carlos Onetti y que busca mediante una obcecada adjetivación y el empleo reiterado de imágenes, ahondar en el estado de ánimo de los personajes. Para Muñoz Molina son más significativas las volutas de humo que se desprenden de un cigarro que la elaborada construcción de la escena final donde el héroe vence al villano. Muñoz Molina no es de la estirpe de escritores como António Lobo Antunes que desdeña las historias tradicionales para la búsqueda de sensaciones y voces cimentadas en complejos juegos estilísticos. El invierno en Lisboa se inserta en el canon de la novela que le preocupa contar una historia, pero cuyo hilado tiene sustento en una atmósfera opaca, interesada en los detalles, como una bocanada de luz que, lentamente, deja al descubierto minucias inadvertidas en el alborotado transcurrir del mundo, estados de ánimo que dan una profundidad inusitada a los personajes.
Así, entre vasos y vasos de bourbon, cigarrillos consumidos, esperanzas siempre pospuestas y conjuras murmuradas entre las notas del piano y el sax, transcurre El invierno en Lisboa. Una novela que tiene pasajes que invitan a la relectura y que son como el pulso del whisky en la boca: “Sobre el piano, junto a la copa de whisky, Biralbo tenía un papel cualquiera en el que había apuntado a última hora los títulos de las canciones que debían tocar. Con el tiempo yo aprendí a reconocerlas, a esperar la tranquila furia con que desbarataban su melodía para volver luego a ella como un río a su cauce después de una inundación, y a medida que las escuchaba iba logrando de cada una de ellas la explicación de mi vida y hasta de mi memoria, de lo que había deseado en vano desde que nací, de todas las cosas que no iba a tener y que reconocía en la música tan exactamente como los rasgos de mi cara en un espejo”.

Alejandro Badillo www.ciudadcultura.com

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Tuesday, December 02, 2008

Adelanto del próximo Devorador de Libros


"Durante algo más de media hora bebí cerveza oscura y helada y lo estuve observando. Tocaba sin inclinarse sobre el teclado, más bien alzando la cabeza para que el humo del cigarrillo no le diera en los ojos. Tocaba mirando al público y haciendo rápidas contraseñas a los otros músicos, y sus manos se movían a una velocidad que parecía excluir la premeditación o la técnica, como si obedecieran únicamente a un azar que un segundo más tarde, en el aire donde sonaban las notas, se organizase por sí mismo en una melodía, igual que el humo de un cigarrillo adquiere formas de volutas azules”.

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