BORIS VIAN
Nada ha cambiado. Lo que era verdad no ha dejado de ser verdad porque tú hayas conocido a Rochelle. Existen tantas cosas… Existe, por ejemplo, esa hierba verde y puntiaguda. Y tocarla y sentir como cruje entre tus dedos la concha de uno de esos caracoles amarillos y coger un puñado de esa seca y cálida arena y observar los granos brillantes de que se compone y sentirlos fluir entre tus manos. O ver un raíl, azul y desnudo, y gélido que resuena con un sonido claro, o ver cómo escapa por una tobera un chorro de vapor, o …, ¿qué sé yo? –¿y tú eres quien dice esas cosas, Ana…? - O ese sol y lo que haya dentro ¿quién sabe?, de sus zonas negras… O los aviones del profesor Mascamangas, o una nube, o excavar la tierra y encontrar cosas. O escuchar una canción. - Déjame a Rochelle –suplicó–. Tú no la amas.- La amo– dijo Ana–. Pero no puedo hacer más, ni prescindir de todo lo que existe. Te la dejo si tú quieres. Pero ella no quiere, ella quiere que siempre esté pensando en ella, que sólo viva en función de ella. - Aún así…–dijo Ángel–. Confiesa lo que de verdad le interesa a Rochelle. - Que el mundo entero, salvo ella y yo, estuviese muerto, abrasado. Que todo se hundiese y sólo quedáramos ella y yo en el mundo. Que yo ocupase el puesto de Amadís Dudú, para poder ser mi secretaria. - Pero tú la estás destruyendo… - ¿Te gustaría ser tú quien la destruyese? - Yo no la destruiría –dijo Ángel–. Ni siquiera la tocaría. La besaría únicamente y la colocaría desnuda sobre un lienzo en blanco. - Las mujeres no son así –dijo Ana–. Ignoran que existen otras cosas. Al menos, la mayoría. Ellas no tienen la culpa. Ni se atreven, ni se dan cuenta de lo que hay que hacer. - Pero ¿qué es lo que hay que hacer? - Tumbarse –dijo Ana–. Quedarse tumbado ahí, sobre la arena, oyendo soplar el viento y con la cabeza vacía; o moverse y verlo todo y hacer cosas, casas de piedra para la gente, coches, luz, todo lo que haya que tener para que nadie tenga nada que hacer y se puedan quedar tumbados sobre la arena, al sol, con la cabeza vacía, y acostarse con mujeres. El Otoño en Pekín, Boris Vian, Tusquets Editores |
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