David Huerta
A propósito de la comilona que tendremos mañana con David Huerta posteo la columna de Julio Eutiquio Sarabia que con aguda prosa nos relata los avatares del alcohol y su relación con el vate Huerta. Luminosas palabras sin duda:
"Leyendo el número 136 de Tierra Adentro, en su entrega correspondiente a octubre-noviembre de este año, he rememorado un antiguo “retrato” que José de la Colina escribiera de José Revueltas y que publicara en el periódico Unomásuno. Recuerda aquél que conoció al autor de Las evocaciones requeridas en una fiesta en la cual el alcohol había cumplido ya su labor de relajación y de embrutecimiento. En un rincón, tras deleitarse escuchando absurdas canciones sobre la muerte, Revueltas se empeñaba en disertar sobre la música que acompaña todo derrumbe. Antes que sobresaltarse, disfrutaba esa condición porque su pesimismo —digno de ser reprobado por sus bienpensantes camaradas o sus “compañeros de ruta”, como sucedió con El cuadrante de la soledad y Los días terrenales— resultaba notorio y coherente en un escritor cuya preocupación central era el hombre, con o sin mayúscula. Revueltas, a gusto con su grandilocuente borrachera, nunca aclaró si las bebidas espirituosas eran las causantes de ese estado de gracia o si también se llegaba a él durante la más desoladora de las sobriedades.El alcohol, que en la cultura occidental recurre siempre a la libérrima bendición de Dionisos, impregna las páginas de Tierra Adentro mediante ensayos, poemas y narraciones. Aunque confieso que no soy el mejor comprador de la revista, aprecio en mucho la cortesía que la distingue del resto de las publicaciones auspiciadas por nuestras instituciones. Número tras número cuenta con directores invitados que, sin lugar a dudas, robustecen su propuesta editorial al mismo tiempo que tientan con mayor sutileza la adormecida curiosidad de los lectores.Convencido como estoy de que las publicaciones periódicas (revistas, suplementos…) son una empresa colectiva, infiero que el éxito de éstas —esa relativa conjunción de ventas y alteración benéfica del gusto— radica en la convocatoria que seduce a los enemigos de la estulticia y, por lo tanto, a quienes permanecen ajenos a la turbia complicidad de las relaciones públicas. Sólo los megalómanos, abundantes en las universidades, suponen que encarnan cualidades tan extraordinarias como el gusto y la desenvoltura crítica. Pero me consta: son sordos y no distinguen el artículo efímero del ensayo literario. Solipsistas, se entregan a causas lastradas por viejos y nuevos fanatismos sin importarles la institucionalidad. Si hemos de atender momentáneamente a las estadísticas —sospechosas como siempre—, el alcohol, cuyo consumo aumenta vertiginosamente entre la población, es un tema vasto y de aristas no siempre amables. Si de la escritura se trata, no escasearán escritores paradigmáticos que ilustren a la perfección las costumbres del creador y los beneficios o los defectos de su obra. Tal vez por ello, Tierra Adentro optó por nombres nada canónicos y por aproximaciones ensayísticas y artículos que exhiben su “ligereza”, como el condescendiente texto de Eusebio Ruvalcaba en el que narra sus apapachos con el alcohol. Muy aparte se cuecen las notas de Cristina Rivera Garza sobre el alcoholismo femenino, el espléndido poema de Luis Armenta Malpica y la entrevista que Carlos Oliva Mendoza —el director invitado— sostuviera con David Huerta. “El vino es otra herida / inflamatoria / para que el hombre sepa de la muerte”, escribió Malpica en “La ebriedad de Dios”.Además de la omnipresencia de T. S. Eliot, la entrevista con David Huerta toca el tema de Incurable (Ediciones Era, 1987), un libro que carece de parangón en la poesía mexicana de los últimos quince años. Por la desolada visión del sujeto lírico que derrocha luminosidad, por la abrumadora exuberancia de sus imágenes, por la agotadora intensidad de su prosodia y por sus eventuales caídas, Incurable es la melancólica obra de un romántico. (La belleza, asegura Julia Kristeva, nació en el país de la melancolía.) Pero Incurable, dicho sea de paso, socava cualquier posibilidad de definir el verso libre porque su estructura se ha puesto al servicio de una sensibilidad que, para expresarse, tampoco ha renunciado al verso tradicional.David Huerta —puesto que estamos en el asunto del alcohol— confiesa el antiguo placer que le otorgaba la bebida: “Uno deja lo más quiere, que es beber, y paga el precio de la derrota. El alcohol te derrota cuando tú tienes que renunciar a él. Sólo le ganas al alcohol cuando te mata. En ese sentido estoy muy problemáticamente de acuerdo con el alcoholismo extremo que te lleva a la muerte. Y ésa es la idea y la experiencia límite de lo único que vale, si uno es borracho de veras. O se es un borracho falso, que se deja derrotar por el alcohol y entonces lo abandona (…) No estoy en desacuerdo con que la gente beba; el vino, con sus dioses, sus rituales, su maravilla lúdica me parece uno de los fundamentos de la civilización (…) Han querido crear un personaje antinómico respecto del que escribió Incurable, del que padeció ese libro. Y me dicen con gran malignidad: ‘beata nueva, puta vieja’. Pero no, quizá habría que decir: ‘puta que dejó de ejercer’.”Nada optimista ante la pregunta “para qué poetas”, David Huerta se torna antibecqueriano y responde de manera drástica: “Tal vez dejará de haber poetas, dejará de haber poesía y quizá sólo habrá becarios y tutores y mercadotecnia literaria.”
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