Tuesday, September 06, 2005

La caída

Mirando al Mal de frente
Resulta interesante prestar cierta atención a la manera en la que Oliver Hirschbiegel da comienzo a esta sobrecogedora experien-cia fílmica. Sobre un fondo negro oímos la voz (real en la versión original) de Traudl Junge, secretaria personal de Adolf Hitler desde 1942 hasta que éste se quitó la vida en el búnker de la Cancillería en abril de 1945. Junge afirma ser incapaz de perdonar a aquella jo-ven que se mantuvo voluntariamente inconsciente del enorme daño que causó ese régimen nazi al que servía tan apasionadamente. No es algo en absoluto casual, porque "El hundimiento", estremecedo-ra y rigurosa crónica de los estertores finales de ese Tercer Reich que pretendía gobernar mil años, se articula principalmente en tor-no a dos libros que relatan de forma bastante fidedigna lo aconteci-do en aquellos terribles días: uno del historiador Joachim Fest, que lleva el mismo título que el filme y que proporciona el marco donde se desarrolla toda la acción, y otro autobiográfico de la pro-pia Traudl Junge, en el que relata sus experiencias de primera ma-no como testigo directo de lo que ocurría día a día entre las sólidas paredes de ese refugio. Junge (interpretada con convicción por la joven actriz Alexandra Maria Lara) se convierte así en el hilo con-ductor del film, como lo prueba el hecho de que la primera secuen-cia es la de su contratación como secretaria por el mismo Führer en el Nido del Águila tres años antes.
Decía que la cosa tiene su importan-cia, porque Hirschbiegel corta así de raíz, a través de la propia voz de la protagonista renegando de las accio-nes de su yo pasado, con la única po-sibilidad que tiene el espectador de poner en práctica ese habitual meca-nismo de funcionamiento del cine que es la identificación. De otro modo, a través de los inocentes ojos de Junge, uno podría llegar a la sin duda errónea conclusión de que ésta no es sino una especie de imagen de esa confor-table coartada moral que supone diso-ciar por completo a Hitler y sus colaboradores de ese pueblo ale-mán que les aupó primero al poder, y que celebró de forma entu-siasta después los primeros éxitos del régimen nazi, para tratar de desentenderse de él una vez acabada la guerra y según iban que-dando al descubierto las atrocidades de todos bien conocidas, ar-guyendo una insostenible ignorancia quizás necesaria para poder seguir adelante, pero difícilmente justificable desde un punto de vis-ta objetivo. Volveremos sobre esta idea después, cuando hablemos del último plano de la película.
Tampoco resulta casual la forma en la que se nos presenta por primera vez a Hitler. La figura del Führer tiene un peso tan enorme en el inconsciente colectivo de toda la humanidad que basta con pensar en su nombre para asociar a él la representación del Mal con mayúsculas como responsable de haber sido el ideólogo y ha-ber puesto en marcha el más terrorífico mecanismo de destrucción sistemática que ha visto el ser humano, responsable directo, por lo tanto, de la pérdida de más de cincuenta millones de vidas. Por eso, cuando aparece por primera vez en pantalla el Hitler en-carnado por Bruno Ganz y se nos muestra como una persona amable, atenta y comprensiva ante los nervios de la candi-data a ser su secretaria personal y alimentando con cariño a su perra, basta esa imagen para descolocarnos por comple-to. Porque "El hundimiento" es una obra plenamente consciente de la tarea que tiene por delante: servir, tras casi medio siglo de casi absoluto silencio por parte del cine alemán sobre el tema, para afrontar esa necesaria tarea de mirar al Mal de frente y retratar a Hitler como lo que, por más que nos disguste admitirlo, era: un hombre.
Todo lo dicho hasta ahora no son si-no sólo dos ejemplos de la inteligente forma en la que Oliver Hirschbiegel (autor, conviene no olvidarlo, de otra película que ya indagaba en los oscu-ros mecanismos del mal como parte indisoluble del ser humano, la pertur-badora "
El experimento") y su produc-tor y guionista Bernd Eichinger se enfrentan a un tema tan delicado para la sensibilidad del pueblo alemán y que, como era por otra parte inevita-ble, ha levantado no pocas ampollas y alimentado una saludable polémica que han motivado que el filme se con-vierta en un fenómeno que va más allá de lo estrictamente cine-matográfico. Hirschbiegel consigue algo sumamente difícil con esta estremecedora película, como es equilibrar la rigurosa reconstrucción de aquellos oscuros días con la imprescindi-ble progresión dramática exigible a un producto fílmico al uso, sin por ello renunciar a provocar en el espectador una muy necesaria reflexión moral mientras va revelando las debili-dades que aquejan y las atrocidades de las que son capaces los, insisto de nuevo, seres humanos que pueblan el filme.
"El hundimiento" nos presenta, pues, a un Hitler (en una composi-ción de Bruno Ganz a la que, sencillamente, no hay adjetivos que puedan hacer justicia, pues su transformación en el personaje es absoluta) que es capaz de mostrarse colérico, egocéntrico e inca-paz de reconocer sus propios errores a la vez que puede mostrar preocupación por el destino de algunos de sus subordinados o feli-citar a una cocinera por su guiso; un hombre que ve con impotencia cómo le traicionan algunos de sus hombres más allegados mien-tras otros le son fieles hasta las últimas consecuencias, por estre-mecedoras que resulten; un ser que, rayando en la locura, planea ataques imaginarios con tropas que ya no existen mientras los ru-sos estrechan el cerco, se desconecta de la realidad haciendo en-cargos imposibles de cumplir a unos mandos que no se atreven a llevarle la contraria, o persiste en la dicotomía de proclamar la su-perioridad de la raza aria mientras es capaz de afirmar que la des-trucción de su pueblo es consecuencia directa de su debilidad, un hecho inevitable de la naturaleza, y que no derramará una lágrima por él, llegando al punto de ordenar la destrucción de todas las in-fraestructuras del país. Todo ello mientras envejece ante nuestros ojos según va tomando conciencia de su final, disimula el frenético temblor de su mano izquierda, fruto de su cada vez más evidente Parkinson o se arrastra como una bestia herida por las paredes del búnker mientras planea su propia muerte.
No, el retrato de Hirschbiegel dis-ta mucho de ser compasivo, por más que nos puedan chocar sus momentos de humanidad en al-guien a quien estamos acostum-brados a ver más como un arqueti-po que como alguien real. Y eso es lo verdaderamente terrorífico, por-que cuando Hirschbiegel nos obliga a afrontar el abismo de hacernos com-prensibles algunas de las reacciones de Hitler para con sus más allegados, en el fondo está volviendo a afirmar, con más fuerza que nunca, la vieja te-oría de Hobbes sobre la naturaleza in-trínsecamente perversa del hombre, que el Mal no es algo que se pueda tratar como una perturbación ocasional, sino que es algo que subyace en nuestro interior y que cada uno debe combatir co-mo puede. Es ahí donde cobran pleno sentido los distintos puntos de vista de los personajes que se arremolinan en torno al ojo del huracán, que no son sino expresiones de ese terreno estrictamente personal donde cada uno debe marcar la línea conforme a sus pro-pias convicciones morales.
Por eso Albert Speer, con su confesión final al Führer de que ha desobedecido sus órdenes de destruir las infraestructuras, ese Dr. Schenk que no puede sino tratar de imponer un punto de cordura en medio del caos y ayudar en lo que pueda a paliar el sufrimiento de la población civil, o incluso el egoísta comportamiento de ese arribista sin escrúpulos que es Fegelein (el cuñado de Eva Braun) que intenta convencer a los que le importan de que han de abando-nar el búnker, son contrapuestos al fanatismo desbocado de los si-niestros Goebbels, incapaces de imaginar un mundo posterior al nacionalsocialismo, o a la permanente desconexión de la realidad de una Eva Braun que huye hacia adelante organizando incompren-sibles festejos y que es capaz de disociar, en una afortunada línea de diálogo que clava su personaje más que ninguna otra cosa, a Hitler del Führer. Se contraponen, de la misma forma, las borra-cheras de los desesperados oficiales conscientes de que el fin está cerca frente al profesionalismo de un general que pasa de recibir una orden de ser fusilado (¡por cambiar su puesto de mando!) a ser nombrado comandante en jefe de la defensa de Berlín o los arreba-tos suicidas de algunos SS, por no mencionar ese padre mutilado de guerra que intenta salvar a su hijo (y a los chiquillos que lo acompañan) de una muerte segura mientras siniestros escuadro-nes de la muerte van ejecutando civiles de forma arbitraria. Un pai-saje del caos donde cada uno se posiciona según su conciencia.
Hirschbiegel construye una at-mósfera asfixiante en el interior de ese búnker donde todo se des-morona, haciendo uso de una puesta en escena muy cuidada que aprovecha al máximo las obvias limitaciones de espacio de las que dispone, y resulta destacable la forma en la que el director va tejiendo la im-parable progresión dramática del fil-me. La composición de los planos re-trata a la perfección el desamparo y la soledad a la que se ven abocados los habitantes de ese agónico escenario en el que a menudo se dan situaciones que rozan el surrealismo (véase la secuencia de la boda civil de Hitler y Eva Braun observada desde la distancia por Junge... que está mecanografiando el testa-mento del Führer y cómo el funcionario le pregunta a Hitler, siguien-do la ley vigente, si es de raza aria) pero, sobre todo, que alcanzan un nivel de crueldad difícilmente soportable con la terrible y despia-dada ejecución a manos de su propia madre de los hijos de Goeb-bels, mostrada sin ningún tipo de recato por parte del director.
Y es quizás ahí donde se le puede reprochar a éste que nos es-catime tanto el suicidio de Hitler (aunque puede que haya una vo-luntad consciente por su parte al dejar ese momento fuera de cam-po, tanto de evitar cierto grado de compasión como de expresar su-tilmente la pervivencia de ese terrible "huevo de la serpiente" hoy en día) como la muerte final de esa escalofriante madre, en una deci-sión que choca de plano con la atroz secuencia anterior. Es com-prensible el enfado de Win Wenders en este sentido, ya que sin duda es algo abierto a discusión, pero no por el hecho de que eleve a condición de mito la figura de Hitler como pretende deducir Wen-ders, porque creo que el posicionamiento de Hirschbiegel sobre es-te tema resulta evidente a lo largo de todo el filme. Y con esto vuel-vo al principio, porque Hirschbiegel cierra la película con un arries-gado plano de la Traudl Junge real negando la más mínima posibi-lidad de excusa sobre su responsabilidad (y por extensión del pue-blo alemán) basada en la juventud o en la ignorancia sobre las atro-cidades cometidas por el régimen nazi. Habrá quien critique esta decisión porque puede chocar con la aparente neutralidad de los hechos mostrados hasta entonces, pero nada más lejos de la reali-dad. Si Hirschbiegel nos niega desde el principio la posibili-dad de identificación (y, por lo tanto, de escape) con la mirada de Traudl Junge es porque, en el fondo, esa neutralidad no existe y jamás debe confundirse con la minuciosa rigurosidad de los hechos mostrados, que demuestran bien a las claras el objetivo último de los responsables del filme: es un espejo nada deformante donde to-dos debemos obligarnos a vernos reflejados... y mirar al verdadero Mal de frente.
Quien esto escribe salió sobrecogido del cine y con una idea muy clara en la cabeza: ésta es una película de visionado imprescindi-ble, no ya por sus evidentes virtudes cinematográficas, sino como un testimonio necesario de aquellos días terribles y preciso retrato de quienes los protagonizaron. Pocas veces sale uno de la sala de cine con esta sensación de que la película, desde su ficción, sirve bien al propósito de representar de modo si no exacto sí muy fide-digno a lo que debió de acontecer entre aquellas paredes. Algo an-te lo que no debemos jamás esconder la vista.

3 Comments:

Blogger Rizzetta said...

Lo mejor de entrar a este rincón es que siempre hay algo hermoso e interesante.

Salud!

4:54 PM  
Blogger Judith Castañeda said...

Salud, mi estimado!!!!!!
Aún no he ido a ver la película, pero lo haré y en cuanto lo haga pondré algún comentario en mi rincón. El Holocausto es un tema que me atrae mucho, pues la verdad, no puedo concebir que un solo tipo, ayudado, por supuesto, por otros, hayan asesinado a 6 millones de personas sólo por no ser como ellos...
Además creo que es un tema riquísimo para la cinamatografía y la literatura. Allí está La Decisión de Sophie, El pianista.

11:16 AM  
Blogger Alejandro Badillo said...

Salud por vuestros comentarios. Muy buena película, os recomiendo verla antes de que la quiten.
Un abrazo

2:35 PM  

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