Friday, May 26, 2006

HUELLAS


Entonces, como si lo hubiera hecho por primera vez, miró por la ventana. La nieve ocupaba la mayor parte del paisaje y había bloqueado la entrada del jardín. Cerró los ojos y acercó el cigarro a los labios. Al fumar imaginó los pinos de ramas encorvadas, la tinta vieja de los diarios, humedecidos tras el armario. El resplandor de la nieve destacaba el contorno de su rostro. Entreabrió los párpados. Con temor comprobó que la huella seguía ahí, a escasos centímetros de la barda, junto a una mata de pasto aún verde. Como los días anteriores, una primera reacción instintiva le sugirió el paso de un animal, una depresión creada por el capricho del viento. Descubrió que la huella era humana. No pudo seguir observando y volteó a la mesa: la luz incidía en la superficie de un plato salpicado por migajas. Una renovada hilera de gotas se descolgaba en el fregadero. La reacción instintiva provocó un movimiento nervioso en los dedos, hizo que el perfil del humo se perdiera entre los ojos. El frío lo había obligado a dormir con guantes en las manos. Ofreció las palmas a la luz. Las yemas lucían arrugadas por el contacto con el agua. Durante varias noches había soñado a un hombre. Lo soñaba antiguo, de ojos grandes y turbios, paseando en una calle solitaria, con un traje a rayas. Temiendo que un accidente lo interpolara a la realidad o que el mismo hombre, fatigado por el tránsito del sueño, decidiera por su cuenta penetrar en la casa; cerró con llave puertas, atrancó ventanas, vigiló constantemente el jardín cubierto de nieve. En el día cultivaba sus temores sin importarle que fueran ajenos a toda lógica. Dormía cada vez menos y en las largas noches de insomnio sus teorías se desdibujaban con facilidad dejando en sus labios un miedo en estado puro. Sin embargo, ya se habían quebrado las reglas, y la realidad del hombre se acrecentaba en el olor ajeno descubierto en la ropa, en el retrato de su padre puesto de cabeza, en la vajilla ordenada en una extraña composición; en velas consumidas prematuramente, envueltas en largas barbas de cera que indicaban haber sido utilizadas para leer a escondidas, quizá toda la noche. Libros amanecían fuera de lugar, en los sillones de la sala o en la vitrina del comedor, y en sus páginas encontraba frases subrayadas: “apretó los dientes cuando escuchó el ruido de la llave entrando en la cerradura”, “adentro ya se iniciaba la noche: Cortinas corridas, relojes dando una hora de hace diez años”, párrafos inconexos, palabras al azar que se prolongaban en un inventario secreto que servía como señuelo o provocación. En el transcurso de los días supo que el miedo no era producto del sueño, que la soledad de la casa lo incomodaba así como el malestar del blanco, íntimamente ligado al hombre que utilizó esa ventaja para introducirse en la casa e investigarla en secreto, al principio ingenuamente, como un niño explorando un juguete nuevo, pero a medida que sus miembros se afirmaron y la mente comprendía su realidad, comenzó a cuestionar el sentido de las cosas, la fantasía que a veces lo embargaba y que le hacía creer que recorría el corazón de un laberinto.
No le fue difícil reconstruir la última escena: el hombre abría sigiloso la puerta principal; miraba con orgullo el jardín y, antes de enfilar rumbo al pueblo, con la luna iluminando la nieve, dejaba una marca solitaria que podría ser un traspié al final de una caminata, una huella hecha con dedos finos, para ser contemplada desde la altura. El humo se perdió en la boca. Las bocanadas anteriores se habían extinguido, y por un instante, casi como una esperanza, pensó en la fragilidad de la nieve en el verano. Tuvo la certeza de alguien paseando tras él. Contuvo la respiración cuando unas manos frías se anclaron en la curvatura de los hombros; las manos descendieron por la espalda, curiosearon una arruga perdida en la camisa y, arrepentidas de su exploración, tornaron a replegarse como un par de mariposas heladas. Las manos (ayudadas por una leve corriente de aire) descendieron en círculos, antes de consumirse en un ademán desvaído, dejaron una huella apenas visible, volátil en el piso de madera y polvo; como un pensamiento postergado en la noche.

Alejandro Badillo

2 Comments:

Blogger Judith Castañeda said...

Excelente fragmento, mi estimado... Mucha suerte!!!!!!!!!!

10:38 AM  
Blogger Alejandro Badillo said...

Gracias, gracias. Por cierto ya tengo tu lana, empieza a promocionar la borrachera. Salud.

2:18 PM  

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