Friday, November 03, 2006

UNA VIDA A LAS TROMPADAS



Pasó de Brooklyn a Harvard y del ejército al centro de la intelectualidad neoyorquina de los 50. Se peleó con hombres y mujeres sin distinción de raza y con la misma contundencia se transformó en un escritor imprescindible para entender la historia de los Estados Unidos de la seguna mitad del siglo XX.

En la primera novela de Norman Mailer, Los desnudos y los muertos, un soldado llamado Wilson se consuela con una ilusión singular. Esa bala me va a limpiar las entrañas, se dice Wilson cuando un francotirador japonés le dispara. Wilson se equivoca, claro, ya que muere poco después a consecuencia de las heridas. Su ilusión, sin embargo, es un engaño que suena a verdad. No es la única creencia médica popular y errónea que sostiene. En primer lugar, sus entrañas necesitan una limpieza porque, ignorando la existencia de la penicilina, se ha estado automedicando un solvente a prueba de agua como cura para la gonorrea. No entiende lo que le hicieron la infección y el remedio casero. De hecho, considera que la causa de la enfermedad que padece es la abstinencia sexual que le impuso el ejército: Seguro que fue por eso que mis entrañas se rebelaron y se llenaron de pus.Wilson está convencido de que el impulso sexual frustrado puede envenenarnos el organismo y que un acto de violencia puede purificarlo. Si se las toma como una forma de arte, las creencias son bellas falsedades, muy adecuadas para un personaje ignorante y sensual. En 1948, sin embargo, cuando Los desnudos y los muertos se ubicó al tope de las listas de best-sellers y pasó a ser una de las primeras grandes novelas sobre la Segunda Guerra Mundial, nadie habría imaginado que a menudo el arte se mezclaría con la vida en la carrera de Norman Mailer. El autor no sólo llegaría a compartir creencias similares a las de Wilson, sino que las pondría en práctica, con resultados que oscilaban entre la bufonada y la tragedia. Mailer inició su vida pública como novelista, pero se convirtió en algo diferente y más extraño: el sacerdote-integrante-observador de una especie de religión que podría llamarse animismo masculino norteamericano. Si se tiene en cuenta esta carrera metaliteraria, la vida de Mailer puede decir tanto como sus libros sobre los hombres y la literatura norteamericana. Su nueva biógrafa, Mary V.Dearborn, sabe apreciar el desafío. El hombre y su vida tienen las mismas dimensiones que la obra, escribe Dearborn. No se dedica, sin embargo, a filosofar sobre esto. Prefiere poner sobre el papel las contradicciones e irracionalidades de Mailer, y lo hace con un lenguaje directo, en ocasiones muy duro. Le gustan las palabras fuertes tanto como a Mailer, y le encanta sacudirlo cuando lo encuentra demasiado acartonado. Sobre su filosofía política, dice: Así como creía ser existencialista sin haber leído a Sartre, también pensaba que simpatizaba con el marxismo sin haber leído nunca a Marx. Sobre su tratado antifeminista, El prisionero del sexo: el libro está por momentos muy mal escrito. Mailer nunca había producido algo así. Acerca de su película Maidstone, de 1968: Lo que pasó fue muy simple: la película sólo trataba sobre el ego de Mailer.De todos modos, Dearborn sabe que el sujeto en cuestión escribió obras maestras y que su historia resulta imprescindible para comprender la segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos. En ningún momento nos presenta una visión interior de Mailer (entrevistó a mucha gente que estaba relacionada con él, pero no a Mailer), sino que nos brinda una fascinante narración externa sobre las dos identidades que a Mailer le resultaban imposibles e irresistibles -las personalidades que él no podía ser ni no ser-: el escritor y el hombre. Como él mismo lo lamentara, Mailer comenzó su vida como la única personalidad que le parecía completamente insufrible, el buen chico judío de Brooklyn. Su padre era un contador apacible y pulcro que trabajaba de manera irregular y cuya pasión por el juego lo metió en oscuros problemas que su hijo se ocupó de pintar de modo romántico. La madre de Norman, por el contrario, era quien se ocupaba de la familia y brindaba al niño un amor completo e incondicional. Dearborn registra estos hechos y señala que son sugestivos, pero tiene en cuenta que, como buen intelectual de la década del cincuenta, Mailer disfrutaría luego del psicoanálisis como de un deporte cruento. Dearborn pasa rápidamente a Harvard (donde Mailer se graduaría en ingeniería y haría las veces de verdugo proletario del amaneramiento literario), su primer matrimonio y el ejército. Fue en el ejército donde comenzó la verdadera educación de Norman Mailer. Ahí pudo estudiar a los hombres en profundidad. Lo primero que escribió sobre ellos, Los desnudos y los muertos, se sigue leyendo como un ejemplo inconfundible de novela. Por momentos jadea y tiembla, como si se tratara de una novela de ideas. No lo es, por más que las curvas de algún proyectil que se trazan en el diario de un general probablemente sugirieran a Thomas Pynchon la idea de El arco iris de gravedad. Es una novela de personajes: el inmoral general Cummings (reaccionario y homosexual); un moralista, el teniente Hearn (reformista y educado en Harvard), y el amoral sargento Croft (violento y texano). Este primer libro de Mailer reveló la trinidad profana -homosexual, reformista y psicópata- del animismo masculino norteamericano.El libro significó también la ruina para su autor. Cuando tenía sólo 25 años, lo convirtió en una celebridad conspicua y vacía, como él solía decir. En su condición de personaje famoso, Mailer ejercía sobre los demás una influencia que no guardaba ninguna relación con sus capacidades y tenía una personalidad que no tenía nada que ver con lo que él pudiera sentir. Era experiencia sin nombre, se lamentaría Mailer diez años después. En aquel momento yo protestaba porque todo era irreal. Me llevó años darme cuenta de que se trataba de mi propia experiencia, lo único que tendría para recordar. Casi muere ahogado en esta ciénaga existencial. Hubo una segunda novela (pobre) y también una tercera (con altibajos), y luego un segundo matrimonio que no tardaría en desmoronarse. Erik Erikson escribió una vez que algunos pacientes se sienten tan atrapados por su identidad, que optan por una forma de capitulación casi deliberada... ante la regresión, una búsqueda desesperada del fondo. Eso podría servir para describir al Mailer de los años cincuenta, sumergido en marihuana, tabaco, Seconal, Bencedrina y alcohol, hablando con cinco acentos diferentes (británico, negro, gángster, irlandés y tejano), peleándose con un marinero que se burló de su perro y gritando en un artefacto de factura casera y dimensiones humanas que recordaba la caja orgónica de Wilhelm Reich.La escritura hizo a Mailer irreal, de modo que salió en busca de su realidad perdida o, según él lo entendía, de su masculinidad perdida. Mailer bautizó esta búsqueda como vivir según los preceptos de Hemingway. Decidió que aunque se sacrifique el propio talento en la ardua tarea de convertirse en hombre, es más importante ser un hombre que ser un muy buen escritor. No todos coincidieron. James Baldwin observó que si uno es escritor, no creo que logre dejar de serlo por tratar de convertirse en otra cosa. Uno no se transforma en otra cosa: se transforma en nada. Mailer, sin embargo, ya había tomado su decisión. Como si quisiera provocar una explosión que llegara al fondo mismo de la realidad, hizo estallar su yo literario. En Advertisements for Myself, Mailer vomitó bilis, narró su caída, criticó a sus amigos, se dedicó a reeditar sus peores trabajos y se inclinó por lo violento y lo orgiástico. Los únicos que seguían en pie en medio de los escombros eran el psicópata, el reformista y el homosexual. El homosexual aparecía como objeto de una tolerancia sospechosamente piadosa en un ensayo que Mailer llamó el peor artículo que he escrito, y como objeto de un temor también sospechoso, esta vez por lo recurrente, en su ficción. El reformista aparecía en la primera página del libro, donde Mailer proclamaba su candidatura presidencial, y también en un esbozo algo solemne de crítica cultural. El reformista proporcionaría a Mailer dos nuevas carreras; la de periodista, que le permitiría participar en sus historias como si se tratara de un instrumento fenomenológico, y la de candidato -en dos ocasiones- a la alcaldía de Nueva York. Los homosexuales, sin embargo, no son famosos por su aspecto viril; y los políticos no tienen fama de auténticos. Aquí es donde entra el psicópata. Mailer recurrió a una energía masculina en bruto. En El Negro Blanco, el más escandaloso de los ensayos de Advertisements for Myself, hizo el elogio del psicópata filosófico cuyo estilo de frialdad violenta se había forjado en la experiencia afroamericana pero había transcendido la raza en vísperas de los años sesenta.Este, escribió Mailer, podía apreciar la estética de la violación y el valor de un asalto. Las ilusiones de Wilson habían trascendido la ficción. Su terapia es el orgasmo, escribió Mailer haciendo referencia al psicópata. El psicópata asesina -si tiene el valor suficiente- debido a la necesidad de purgar su violencia ya que, si no puede desahogar su odio, entonces no puede amar. Norman Podhoretz afirmó que el ensayo era moralmente horrendo, pero Baldwin dio con adjetivos que seguramente resultan más atractivos a un lector moderno: impenetrable y antiguo. Irónicamente, a pesar de la desaprobación neovictoriana que manifestaba Mailer ante la sodomía, en la actualidad los herederos intelectuales de El Negro Blanco son, en su mayoría, homosexuales. Sólo en los ensayos de los estudios gay se puede leer todavía acerca del romance del proscrito sexual o encontrar pensadores serios que confundan un narcisismo herido con una personalidad de vanguardia. En su momento, sin embargo, el ensayo provocó una gran conmoción entre los intelectuales. También resultó ser profético, tanto para la cultura como para Mailer. En noviembre de 1960 Mailer invitó a los desposeídos y a la estructura del poder a la fiesta de lanzamiento de su primera candidatura como alcalde.En esa ocasión, y tras una noche de altercados y alcohol, apuñaló a su mujer en el vientre y por la espalda. Dearborn señala que Mailer dijo después a su cuñado que había apuñalado a Adele para liberarla del cáncer. Dearborn, que también es autora de biografías de Henry Miller y Louise Bryant, analiza este episodio a la luz de una indignación lúcida y útil, que no está dirigida exclusivamente contra Mailer, sino también contra aquellos que lo aprobaron y protegieron. La indignación es el eje de la biografía de Dearborn. Mailer hizo muchas cosas terribles. Maltrató a las mujeres, tanto física como emocionalmente. Le arrancó parte de una oreja al actor Rip Torn. Confraternizó con narcotraficantes, pero no se mostró solidario cuando un viejo amigo se suicidó como consecuencia de una condena a reclusión por temas de drogas. Por otra parte, cuando en la historia de Mailer hay humor, Dearborn lo percibe. Mi mayor debilidad es la decisión que tomó Mailer a mediados de los años ochenta de aceptar el padrinazgo de Roy Cohn, derechista y gay semiencubierto. Mailer, que se había referido a la homosexualidad como el salto degradante de convertirse en un raro, terminó compartiendo su casa de Provincetown, Massachussetts, con Cohn y su enorme cama negra de Plexiglás, sus muebles italianos y sus luces estroboscópicas. Después de todo, Mailer tiene dos caras, la prodigiosa y la cómica. El primer Mailer se toma en serio el animismo masculino norteamericano, que él vincula con la filosofía bantú, la antigua religión egipcia y la creencia del asesino Gary Gilmore en una reencarnación mormona no demasiado ortodoxa. Gilmore había estado en contacto con algo verdaderamente indispensable, decide un psiquiatra en La canción del verdugo, el imperturbable recuento que Mailer hace en mil páginas de los últimos nueve meses de Gilmore. Esa necesidad de estar en contacto es sincera, y La canción del verdugo es la obra maestra de este Mailer. Sin embargo, si bien el animismo masculino norteamericano tuvo gran importancia para Mailer, en el futuro lo más probable es que resulte más importante para los estudios culturales que para los departamentos de literatura. Su punto de vista opuesto al de Sontag sobre el cáncer, así como su oposición a la anticoncepción, los antibióticos, la masturbación, la homosexualidad y el feminismo, hacen que se haya vuelto muy difícil tomarlo en serio.Es por eso mismo que resulta gracioso cuando el propio Mailer no lo es. De alguna manera, prácticamente todo lo que Mailer escribió sobre sí mismo en televisión es una joya cómica. Los ejércitos de la noche, su novela de no ficción sobre la protesta contra la Guerra de Vietnam en el Pentágono en 1967, es una verdadera delicia. El Mailer de Los ejércitos de la noche, creo, es el que va a perdurar; es el escritor que se atreve a burlarse de su bestia interior y de su fama exterior.

A propósito de Mailer. A Biography, de Mary V. Dearborn. Houghton Mifflin Company. (c)The New York Times y Clarín. Traducción de Cecilia Beltramo.

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