Monday, December 08, 2008

El invierno en Lisboa



El invierno en Lisboa
Antonio Muñoz Molina
Editorial Seix Barral
Segunda edición, 1998

La primera referencia que tuve de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) fue el prólogo que escribió a los cuentos completos de Juan Carlos Onetti para la editorial Alfaguara. En el texto el escritor español traza la geografía literaria de Onetti y, al mismo tiempo, reconoce las huellas que dejó en su obra. El contagio de Onetti, la soledad y hastío que ronda sus personajes son el espejo en el que se refleja la obra de Muñoz Molina
El invierno en Lisboa, novela publicada en 1987, es un buen referente para encontrar las influencias y las claves de la literatura de Muñoz Molina. El leitmotiv de la historia son los encuentros intermitentes, tortuosos, de Santiago Biralbo, un solitario pianista de jazz y Lucrecia, mujer de un contrabandista de obras de arte. En medio de la trama transcurre el jazz como un pensamiento triste, Lisboa como un personaje imaginario que se materializa en una ciudad abandonada y gris; también Madrid y San Sebastián, ciudades descritas con morosidad, a través de un filtro húmedo y nebuloso.
Como sucede en la mayoría de las obras de Muñoz Molina la historia tiene mucho de novela negra, pero más allá de la utilización de situaciones criminales, héroes solitarios, la infaltable mujer ubicua, siempre inalcanzable, El invierno en Lisboa tiene como protagonista el peso de la atmósfera que rodea y da profundidad a los personajes. En un homenaje a la película Casablanca, Santiago Biralbo toca el piano todas las noches en el Lady Bird, bar para insomnes regenteado por Floro Bloom, lugar en el que conoce a Lucrecia. El jazz, el humo de los cigarros, la manera en que las notas del piano y del sax llenan el lugar, son suficientes para que el destino de Biralbo y Lucrecia se trastoque y desde ese momento estén condenados a buscarse, a rechazarse, a encontrarse.
En Onetti los personajes se regodean con su inmovilidad, sus vidas transcurren de forma perezosa, a veces se contentan con fumar, mirar a una mujer desde un balcón, imaginar empresas imposibles mientras están tirados en la cama, contemplando el techo. En Muñoz Molina los personajes viven más aprisa porque funcionan en el entramado narrativo de la peripecia, pero no naufragan en clichés, ni en trucos baratos tan utilizados por los escritores de bestsellers; los personajes del escritor español tienen nueva vida por el lenguaje que entra en escena desde la primera página, una prosa que tiene el amargor de Juan Carlos Onetti y que busca mediante una obcecada adjetivación y el empleo reiterado de imágenes, ahondar en el estado de ánimo de los personajes. Para Muñoz Molina son más significativas las volutas de humo que se desprenden de un cigarro que la elaborada construcción de la escena final donde el héroe vence al villano. Muñoz Molina no es de la estirpe de escritores como António Lobo Antunes que desdeña las historias tradicionales para la búsqueda de sensaciones y voces cimentadas en complejos juegos estilísticos. El invierno en Lisboa se inserta en el canon de la novela que le preocupa contar una historia, pero cuyo hilado tiene sustento en una atmósfera opaca, interesada en los detalles, como una bocanada de luz que, lentamente, deja al descubierto minucias inadvertidas en el alborotado transcurrir del mundo, estados de ánimo que dan una profundidad inusitada a los personajes.
Así, entre vasos y vasos de bourbon, cigarrillos consumidos, esperanzas siempre pospuestas y conjuras murmuradas entre las notas del piano y el sax, transcurre El invierno en Lisboa. Una novela que tiene pasajes que invitan a la relectura y que son como el pulso del whisky en la boca: “Sobre el piano, junto a la copa de whisky, Biralbo tenía un papel cualquiera en el que había apuntado a última hora los títulos de las canciones que debían tocar. Con el tiempo yo aprendí a reconocerlas, a esperar la tranquila furia con que desbarataban su melodía para volver luego a ella como un río a su cauce después de una inundación, y a medida que las escuchaba iba logrando de cada una de ellas la explicación de mi vida y hasta de mi memoria, de lo que había deseado en vano desde que nací, de todas las cosas que no iba a tener y que reconocía en la música tan exactamente como los rasgos de mi cara en un espejo”.

Alejandro Badillo www.ciudadcultura.com

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