Historia de Abou-Hassan (fragmento)
Al volverse, la cinta que ceñía el vestido al cuerpo quedó flotando un instante y al descender se había atorado en la esquina de una mesa, la inercia del movimiento hizo que la cinta se desanudara y que el vestido fuera resbalando lentamente por el talle hasta yacer en el piso como una segunda piel abandonada, aún con restos de perfume en las costuras. La joven, desnuda de pronto, en lugar de avergonzarse, dejó que el resplandor de las ventanas descubriera el relieve de las costillas, el suave hueco del ombligo que parecía alargar la parte inferior del torso. Se acercó a él con una sonrisa calma. Abou-Hassan rodeó con el dedo índice la incipiente rigidez del ombligo, usándolo como pretexto para aventurarse a la extensión cercana a los senos. Varios lunares desperdigados en el vientre le recordaron granos de arroz, arrojados al azar en una planicie nevada. Extendió la mano y sintió escalofríos cuando sus dedos llegaron al espacio entre los senos y cruzaban con un ligero temblor la breve línea de sombra que se desplazaba entre ellos. Ella respiró profundamente, pudo sentir cómo su respiración se trasladaba a él, cómo se tensaba un momento, guardando impulso, como si tuviera que esperar algo, quizás una palabra desconocida, aguardando ser dicha por cualquiera de los dos. La mujer asistía la escena con ojos quietos, los labios apretados y finos. El mundo estaba frente a ellos, ganando calidez, concentrado en el borde de los jarrones. La joven le ofrecía su cuerpo desnudo como una historia latente, en espera de ser escrita para así poder ser fuente de otras; historias tristes, historias contadas una y otra vez hasta lograr que las palabras perdieran paulatinamente el significado y el perderse en ellas fuera algo inevitable. Mientras su mano derecha vagaba por las caderas supo que el vestido no se había enganchado por accidente, que todo, desde las palabras intercambiadas, hasta la mano de ella que ahora bajaba para guiar la suya a la zona interior de los muslos, había sido ensayado meticulosamente. Imaginó a la joven repitiendo frente al gran espejo cada uno de los movimientos que formaban parte de esa puesta en escena; una coreografía en la que él, al principio, tenía un papel pasivo, pero que después, al tomar conciencia de la importancia de sus palabras, lo obligara a adoptar una especie de sabiduría escondida y engañosa. La trató de encontrar mientras las manos, enlazadas, volvían a subir por las caderas, como si la primera exploración no hubiera sido suficiente y necesitaran reafirmarse en la invención de formas circulares sobre el vientre. Abou-Hassan volvió a imaginar a la joven en la pausa de la madrugada, con la luna roja en la cara, imaginándolo a él y a la estela de frío dejada en su piel cuando por fin el vestido cayera. Un final largamente deseado, que llegaba en el momento preciso para profundizar pensamientos, darles nuevos sentidos. Se vio ignorante, atenido tan solo al tacto de las manos que, unidas, parecían ser las de una persona dependiente de impulsos largos, uniformados en el deseo. Su ignorancia le hizo sentirse como un impostor, alguien sujeto al azar de las tormentas de arena y que trasladado a un escenario desconocido sintiera la falsedad de una vida para la cual aún no estaba preparado. La joven pareció entender su inquietud y estrechó los ojos dándole a entender que él era el indicado, que la incertidumbre cedería con el tiempo, la torpeza de sus manos estaba a salvo en las suyas. Apretaron los dedos para sellar la alianza que los justificaba y que actuaba retrasando los segundos. Abou-Hassan trató de recordar la historia del durmiente despierto, pero sólo logró intuir el engaño de una copa de vino, la soledad de la muerte convertida en broma. Las puntas de los dedos humedecieron el inicio del sexo, y cuando llegaron a su depresión se separaron, comprendiendo que su llegada obedecía a una búsqueda individual, porque ahí estaba el origen, el punto que respondía al asedio mostrando vidas paralelas; destinos posibles y felices. Volvió a recordar las palabras del viejo que ahora parecía sonreírle desde las arrugas de los cojines. La joven cerró los ojos para seguir a ciegas la ruta de un placer abundante, que le endurecía los muslos, el nacimiento de los senos. Abandonada, acercó la boca a la esperanza de un beso imaginario. Abou-Hassan fue a ella cuando la palabra Lilith salió de algún lado, de las ventanas, de la figura imprecisa que comenzó a reflejar el espejo, atraída por los juegos de luz en la piel.ALEJANDRO BADILLO
8 Comments:
Hola, caballero!!!!!
Excelente adelanto del próximo best seller... Esperamos más.
¡Bravo!
Querida Judith no me abarates, nada de best-sellers, prefiero pocos pero distinguidos.
Gracias Despine, cuando termine de escribir la novela te la mando para saber tu opinión.
Salud a ambas dos.
buena, buena, muuuuy buena, gran fragmento, suerte...
Hola:
¡Ya me hacía falta leer algo tuyo!
esperamos subas a la red más escritos tuyos no?
Kisses and Hugs.
Lilly:)
Hola, caballero!!!!
Best seller en el buen sentido de la palabra, de los mejores libros que habrá publicados, ya lo veras, nada que ver con Dan Brown.
Saludos...
Gracias Lily y Miguel Ángel, en breve subiré más cosas.
Salud
para re-crear
lindo
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