Thursday, November 17, 2005

LA GAVIOTA


Sus cuerpos volvieron a confundirse, como en el mar cuando jugaban a los combates a caballo, pero lo que los unía ahora era una misma violencia impotente. Luis sintió las uñas de Katina en el costado y sus dientes se clavaron en un hombro. Cegado de furia, pero incapaz de golpearla, la derribó sobre la arena, donde ella siguió revolviéndose dueña de una fuerza hasta entonces desconocida para él, moviendo de un lado a otro la desordenada mancha negra de su pelo. Al fin logró inmovilizarla casi por completo extendiendo su cuerpo sobre ella y sujetándola por las muñecas de manera que sólo su cabeza siguió moviéndose, rebelde, sobre la blanca arena, callado ya el incesante estallido de las palabras. Entonces, Katina se quedó inmóvil por completo y sus ojos azules, independientes de su respiración agitada, ajenos a su cuerpo vencido y sus brazos extendidos en cruz, clavados sobre la arena por las manos que le sujetaban las muñecas, se abrieron para Luis. Sin verla, él la miró deslumbrado.
–Dwig… –susurró Katina
Luis le soltó las muñecas y luego sus labios estaban en los de Katina y reconocía su lengua húmeda y las manos de ella, en vez de rasguñarlo, le acariciaban la espalda, convertidos otra vez en una doble, única figura solitaria, sucia de arena y sobre la blanca arena, y de pronto él estaba ya en Katina sin que ella se quejara a pesar de que Luis podía sentir la resistencia del cuerpo de ella mientras entraba, sólo para perderse de inmediato junto a ella, en ella, unidos en un espacio sin sombras, independiente de ellos mismos, pero al que sus cuerpos sin límites creaban, en la dulzura de un olvido que no tenía fin dentro de su naturaleza de instante y que los unía en la ilimitada claridad de conciencia que hacían nacer de su propia oscuridad, aislándolos del mundo y entregándolos al mundo.
Mucho después, el negro pelo de ella estaba extendido en su pecho y sus labios se entreabrían silenciosos sobre los latidos de la vena del cuello de él. A su alrededor, como única presencia en el vacío que se mostraba más allá, la luz los envolvía como una manta delicada, tenue en su mismo ardor, capaz de mostrar su peso sólo en el cuerpo de ellos. Entonces, como si despertara temerosa de un único sueño para entrar por primera vez al día, Katina levantó apenas la cabeza, hizo a un lado el pelo que le cubría parte de la cara y dijo casi en susurro, con los ojos azules fijos en los de él:
–Dwig, die Möwe, la gaviota…
De García Ponce...

1 Comments:

Blogger Judith Castañeda said...

Mi estimado caballero:
Muy bueno, y mil felicidades por tu publicación en Cámara, del periódico cambio.

2:44 PM  

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