El Harmattan
El harmattan surge en el invierno sahariano, sopla del noreste y bajo su influencia la corteza de los árboles se agrieta, las plantas desvanecen sus colores, el sol se tiñe de rojo. En las noches, diminutos reptiles salen de sus madrigueras y recorren con pequeños saltos rutas conocidas, que les permiten abarcar el mayor terreno posible con el mínimo de energía. Un torrente de huellas es dejado por sus patas mientras olisquean el aire en busca de alguna presa. Así, en las mañanas, líneas estrían la arena y en la altura el desierto se ve como una superficie viva, surcada por venas. El harmattan se apodera del cielo, desciende atraído por la tierra y mueve el desierto grano a grano. Una capa superior de arena se desliza y a la distancia recuerda un oleaje avanzando irremediable, desapareciendo aldeas, engullendo voces y deseos. Dunas colisionan y se unen para derramarse con pereza en precipicios apenas formados. Abou-Hassan caminaba en medio de la tormenta, la piel de sus brazos, invadida por ampollas, ardía. Los primeros minutos había creído poder seguir los rastros de la caravana, pero la superficie del desierto era renovada cada instante por la tormenta, que disolvía huellas como suspiros. La amplitud del horizonte era un espejo turbio, oxidado en las orillas. Hacía tiempo que la lucidez lo había abandonado y ahora caminaba entre camellos de fuego, reptiles de formas cambiantes que exhalaban soles de vapor. Embebido en las visiones, resbaló en un declive del terreno y rodó varios metros hasta llegar a una planicie formada de arenas tan blancas que por un momento creyó estar en un campo de nieve. Las rachas de viento detuvieron su embestida. Abou-Hassan se levantó con dificultad y, limpiándose los ojos, extendió las manos frente a él, porque en ese momento pudo tocar al desierto que bajo esas circunstancias presentaba su estado más puro: un momento infinito unido a la persistencia de un mismo paisaje que al principio transmite paz, pero que después se rebela introduciendo una locura sutil en el observador. En su mente las ideas pronto fueron reemplazadas por crepitación de tambores, por voces llamándolo, llenando sus oídos. Recordó la caravana y gritó pidiendo ayuda. Sus lamentos se ahogaron casi al salir de la boca, pero tuvieron fuerza suficiente para ser escuchados por los espíritus de la arena, demonios que juegan con los viajeros extraviados, haciéndoles creer que la salvación está cerca. A través de los tiempos, diversos testimonios –incluido el del mismo Marco Polo– han dado fe del extraño fenómeno que se apodera del desierto, un fenómeno conocido como las “arenas encantadas”, donde una legión de voces sale de entre las dunas y confunde a quien las oye; ejércitos emergen de la nada para empuñar armas relumbrantes, barcos zarpan de puertos inexistentes desplegando velas color sangre. Cuerpos advenedizos se nutren del calor, crecen, murmuran oraciones felices ante los desatinos del peregrino.
Las últimas gotas resbalaron por su garganta. El desierto lo atravesaba, consumía sus venas una por una. Su delirio fue en aumento, cielo y tierra invirtieron sus papeles y, ahora, frente a él, la arena transpiraba un azul turquesa. Esbozó un gesto de satisfacción al ver el mar increíble que lo rodeaba y que empezaba a ronronear como gato. El calor hacía que el azul tuviera movimiento y delineaba olas espesas que iban a romper contra una costa inexistente. El cielo amarillo mantenía en equilibrio dos nubes diminutas y estremecidas. Movió los pies al sentir cosquilleos entre los dedos, bajó la vista para encontrar oleadas de peces entre ellos: peces de labios gruesos, nadando en densos cardúmenes, boqueando en un intento por articular palabras. Demente, festejó con aplausos la embestida plateada que se internaba entre las dunas, siguiendo corrientes de agua escondidas en el subsuelo. Algunos, propulsados por fuertes aleteos, subían a la altura de su cabeza y entonces se daba cuenta que tenían ojos de mujer. Se desvaneció justo cuando uno pasó frente a él y le murmuró el nombre de una ciudad desconocida.
Alejandro Badillo
2 Comments:
Excelente fragmento, miestima do caballero!!!! Y como los buenos fans... esperaré otro.
Gracias mi estimada. A darle duro a las teclas.
Salud
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