Friday, February 03, 2006

LILITH (FRAGMENTO)


"La caravana logró escapar de la tormenta aunque un hombre, engañado por las visiones de la arena, se perdió en el camino. Abou-Hassan era su nombre y se dedicaba al comercio de seda, vino de dátiles y hojas de tabaco. La noche anterior, después de revisar su mercancía, entró a la tienda principal. La fogata prolongaba sus llamas en largos ríos de chispas que subían alentados por el viento nocturno. Alrededor de ella, los hombres escudriñaban sus barbas mientras seguían con vivo interés el febril relato de un mago. Este, retando con las manos el fuego, sumidos los ojos en sus órbitas, predecía el arribo de una tormenta de arena. Sus manos recorrían colinas de aire, caravanas hechas polvo por un soplido amarillo. Algunas gotas de sudor se perdían en su barba, otras acudían en tropel a la punta de la nariz. El mago acabó su relato con los ojos puestos en el azul de las llamas, la boca atrapada en una mueca profunda. Lo tomaron de los brazos para hacerle beber un té que lentamente lo rescató del trance. Acordaron partir apenas clareara. Abou-Hassan fue a su tienda donde sus sirvientes le ofrecieron vino, dulces y un almohadón para su cabeza. Más tarde, en medio del susurro creado por las hojas de las palmeras, se soñó habitante de una torre rodeada de agua. La estructura de la torre era embestida por un mar agitado, olas que reblandecían los cimientos hasta desprender grandes pedazos de roca. La torre caía al mar como un cuerpo desplomado, que dobla tras un largo asedio las rodillas. Él saltaba, pero su cuerpo no llegaba al agua porque el sueño le tendía una trampa y lo mantenía preso en una caída perpetua.
Despertó sudoroso, con sal en sus ojos y la sensación de agua en los oídos. El amanecer avanzaba sobre el horizonte, descubría la tormenta que evolucionaba como bestia gris, amarilla. Los bordes de la luna eran de agua, en poco tiempo uniría su viaje al de alguna nube Salió de la tienda para dar instrucciones a sus sirvientes. El cargamento fue asegurado, la hilera parda reanudó el camino. Más tarde, la tormenta abrió la boca dispuesta a engullir camellos, sofocar hombres; pero la caravana ya se alejaba hacia el oriente, hundiendo sus huellas con rapidez. Como consuelo revolvió sin mucha fuerza los restos de la fogata; algún turbante olvidado se elevó siendo, por un momento, pájaro rojo. La tormenta encorvó varias palmeras, dispersó sus flancos en la luz creando eclipses consecutivos. Las ruinas de una casa, desgastadas por la acción del viento, no resistieron más y pronto fueron dunas.
En el segundo día de viaje el sopor de la tarde obligó a una parada. El paisaje seguía siendo el mismo: una inmensa extensión amarilla apenas interrumpida por siluetas de animales fantásticos; bestias suspendidas en el calor, mirando siempre en dirección a las murallas insinuadas en el horizonte, monumentos que se disolvían en espejismos más pequeños a medida que se aproximaban. Abou-Hassan, con la mirada enterrada en su copa, pensó en círculos, en un reloj de arena en cuyo interior avanzaba. Un olor a azahares se esparció en la tienda, dibujó espirales en la superficie de un jarrón con agua, abombó los paneles del techo y, finalmente, llegó a la copa de vino en forma de gotas ambarinas, que descendieron curiosas hasta el fondo. Abou-Hassan recordó las flores de naranjo, ofrecidas en sacrificio para atraer la promesa de un amor iluminado. Acabó la copa y caminó en torno al diván tratando de ubicar la procedencia. Sus sirvientes habían captado el olor y frotaban sus narices, encendían con sonrisas sus largos rostros morenos. Les ordenó salir. El olor se hizo más intenso, rodeaba su cabeza, hacía brillar su piel como si estuviera llena de estrellas. El mundo era un latido expandiéndose lentamente. Una corriente de aire condensó dedos invisibles, impulsó aleteos de labios que tejieron con paciencia una voz femenina. Palabras engarzadas en un fraseo largo, sostenido, que se abría paso en sus oídos. Salió aturdido, como si alguien respirara a través de sus pulmones; alguien cobrando conciencia de sí mismo, reconociendo al mundo que dejaba su expansión para presentarse inmóvil: una piedra a la orilla de un abismo, en equilibrio sobre uno de sus cantos. Abou-Hassan salió de la tienda con pasos titubeantes. La voz hablaba de ciudades escondidas bajo el agua mientras otorgaba una rara densidad al perfume que instintivamente envolvía sus manos, calmaba temblores en los dedos. Para entonces el desierto se había revelado como una bocanada caliente que se introducía con dolor en su cuerpo, volvía imposible la lucidez caldeando pensamientos hasta reducirlos a imágenes: narices alargadas, ídolos de vientres abultados, soñando plumas cayendo del cielo. La voz fue al mismo tiempo canto y grito, sostuvo su cabeza un instante para después abandonarla a una derrota luminosa y rotunda."

ALEJANDRO BADILLO

3 Comments:

Blogger Judith Castañeda said...

Excelente fragmento, mi estimado!!!
Salud!!!

4:49 PM  
Blogger Judith Castañeda said...

Estaremos esperando más.

5:04 PM  
Blogger Alejandro Badillo said...

Gracias, gracias. Espera próximos fragmentos. Salud

2:56 PM  

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