Thursday, March 02, 2006

El napoleón de Nothing Hill

Ya venía siendo hora de que se empezasen a publicar las "otras" novelas de Chesterton. Empezábamos a creer que a las editoriales les podían más sus prejuicios anti-católicos que el buen gusto por la literatura, y que el gran público iba a tener que consolar su ansia de novela chestertoniana en la tantas veces reeditada El hombre que fue jueves. En cualquier caso, agradecemos a Pre-Textos la traducción y publicación de la primera de las cinco novelas que escribió este prolífico periodista inglés. La hemos leído tan pronto como ha caído en nuestras manos y no nos ha defraudado. Ahora se nos antoja pedir que un editor valiente se atreva con la traducción y publicación de La esfera y la cruz o El regreso de don Quijote. Serían no sólo éxitos de ventas sino focos de conversión. Pero centrémonos en el libro que nos ocupa. Publicado en 1904, dieciocho años antes de la entrada definitiva de su autor en la Iglesia Católica, El Napoleón de Notting Hill es un exponente claro de armonía entre estilo y contenido, entre - como bien titula la biografía de Pearce - sabiduría e inocencia. Con un argumento disparatado, Chesterton hace danzar a sus personajes en una continua e hilarante comparsa del dislate, mientras, con su arte travieso y afilado va juzgando la modernidad y dejándola como un muñeco de trapo cuyo parecido con lo humano no es más que accidental.La acción está ambientada en el Londres de 1984, en un mundo dominado por las grandes potencias y gobernado por absurdas burocracias económicas. Inglaterra se parece mucho a la Inglaterra de 1904, pero su afán democrático ha hecho que el Rey se escoja ahora a suertes entre los funcionarios. Como nos dice el narrador: "la democracia había muerto, porque nadie tenía interés en que la clase gobernante gobernase. Inglaterra se convirtió prácticamente en un despotismo, pero no hereditario. Algún miembro de la clase funcionarial era nombrado Rey. A nadie le importaba cómo, a nadie le importaba quién fuera. No era más que un secretario universal." Muerto el Rey se proclama uno nuevo, Auberon Quinn, un personaje dislocado, un romántico vencido por la locura que va a fracturar con sus inesperadas leyes la preciada normalidad de los londinenses. Así, decreta una división de la ciudad en muncipios medievales, construyendo murallas divisorias, diseñando uniformes multicolores y estrafalarios - distintivos de cada uno de los barrios -, dictando nuevos modales para la corte, ... El resultado es lo que tanto le gustó a Chesterton, poner el mundo del revés y, entre paradojas, saltos y volatines, hacer confesar a sus personajes los secretos de la modernidad. Como dice el desnortado Rey: " paseando por una calle con el mejor puro del cosmos en la boca y más borgoña en mi interior que el que hayas podido tomar en toda tu vida, he deseado ver convertirse una farola en un elefante, para salvarme así del infierno de una existencia vacía. Hazme caso, mi evolucionista Bowler: no des crédito a quien te diga que la gente buscaba una señal y que creía en los milagros porque era ignorante. No, creía en ellos porque era sabia, cochina y vilmente sabia, demasiado sabia para tener la paciencia de comer, dormir o calzarse las botas. Tengo la deliciosa sensación de hallarme ante una nueva teoría del origen de la Cristiandad, de suyo no poco absurda. Anda, toma un poco más de vino."Merece la pena, pues, leer esta novela, por asistir a esta metáfora de la caída de la sociedad cuyo modelo nos viene de las ideas que subyacen en la Revolución Francesa. Tras su propia autodestrucción, nos dice el autor, lo único que queda es la naturaleza humana, que busca su origen y camina hacia su destino, reconciliados ya el hombre moderno y su tradición, adentrándose juntos en un "mundo desconocido".

Jorge Martínez

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