Friday, February 17, 2006

A SOLAS ...



Uno

Antes de colgar la bocina –repasando con los dedos el cable del teléfono– mencionaste una mancha de humedad con la intención de demorar la llamada. Del otro lado de la línea hubo un carraspeo seguido de un “no te preocupes” dicho sin fuerza, con apariencia de un monosílabo. Mantuviste la esperanza, pero él se despidió con besos lejanos, con el regreso de Buenos Aires previsto dentro de una semana, la consabida promesa de fotos y recuerdos. Más tarde, antes de que el reloj marcara las cinco, el departamento adquirió la consistencia de un estanque silencioso que parecía pintar de verde las paredes, una sutil invitación que estabas acostumbrada a ignorar, porque las sorpresas eran fragmentos de otro tiempo, y ahí, sentada, a mitad de la sala, prescindías del asombro porque éste era sólo un mero acto transitorio. Con ojos aburridos, las manos inmóviles sobre la falda, recordaste el momento de colgar la bocina, el ligero vaivén de cortinas que le siguió, como si un fantasma hubiera estado tras ellas, soplando entre los pliegues para lograr un suave impulso de olas. Apoyaste los labios en el silencio que cubría los muebles, mientras bajabas los ojos al piso, al bosquejo de sombra de una muñeca de porcelana. La hora en el reloj perdió importancia y ya ibas a levantarte cuando en el departamento de al lado comenzó el ruido. Te preguntaste si habías soñado ese ruido en particular (uno tenue, de pasos intermitentes, que parecían ir en círculos), porque soñabas noche a noche y tenías la rara habilidad de despertar con el sueño en la boca, como si nunca hubiera acabado y estuviera frente a ti, listo a ser repetido en el desayuno, palabra por palabra. En los sueños de los últimos días, un hombre de sombrero habitaba el departamento desocupado. Soñarlo era distinto porque con él no había historia al despertar, como si deliberadamente eligiera esconderse en la imaginación y te dejara –a modo de anzuelo– algunas certezas aisladas: el color de su corbata, la barbilla mal afeitada, el sombrero abandonado a los pies de una reproducción de Renoir. Al principio te pareció absurdo, pero pronto comenzaste a sacar rechinidos de las puertas, a crear sonidos inesperados con el agua, porque sabías que él estaba ahí, del otro lado, atento a tus ruidos, y a veces sentías que te soñaba, porque a solas, sin nadie que confirmara tu presencia, era natural que los papeles se invirtieran. Sonreíste al intuir su desconcierto cuando salías y dejabas el departamento en silencio. Bajabas las escaleras apenada por tu ausencia, veías de reojo la puerta azul, y entonces podías imaginarlo acostado en la cama, concentrado en la superficie de un vaso con agua, como si ahí estuvieran flotando el insomnio y el hastío.

Alejandro Badillo

3 Comments:

Blogger Judith Castañeda said...

Excelenta fragmento, mi estimado, no le hace que tme hayas pirateado el título :P
Saludos y que vivan los abstemios!!!!!!!!!
Los fans queremos más...

por cierto, date una vuelta por mi blogg, te lo recomiendo.

2:31 PM  
Blogger Alejandro Badillo said...

Gracias. Lo pirateado fue inconsciente. Igual le agandallé un final al pillo de Sergio Rosas.
Salud y que ardan en el infierno las huestes marinistas.

8:33 AM  
Blogger Judith Castañeda said...

Saludos mi estimado, y ni en el infierno van a estar, no se lo merecen!!!!!! Al fondo de la taza del baño!!!!!!!!

9:29 AM  

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