HISTORIA DEL DURMIENTE DESPIERTO (PARTE II)
Abrió los ojos. En los párpados adivinó las patas heladas de un par de mariposas blancas. Un poco de aire frío se filtraba bajo la puerta, traía los restos de una canción, la gesta de los amantes, sus besos de humo. Pidió vino de dátiles pero sus sirvientes no acudieron. Repitió el llamado en vano. Al fondo del cuarto bailaban sombras. El ritmo de una respiración removía el silencio, hacía temblar las sombras como a las hojas de un árbol. Abou-Hassán examinó su cuarto y descubrió varios objetos de madera, nuevos a su vista y oscurecidos por el tiempo. Ánforas y vasijas se alineaban sobre una mesa baja. Cuando volvió la mirada encontró que la luz incidía en las sombras y les daba forma. Así, una mujer surgió de la penumbra, sin reparar en él, alcanzó uno de los recipientes, le quitó la tapa y revolvió el interior buscando las hojas de naranjo que Abou-Hassán usaba para el té. Las pulseras en sus brazos tintineaban. Sus ojos eran brillantes y negros; arrugas corrían a lo largo de su frente y en las mejillas. Quiso preguntarle qué hacía en su cuarto pero no se atrevió. La luz se movía por el piso, entretenida en el vislumbre del fuego descubrió por accidente más objetos: un sillón encorvado, cojines dispersos en las esquinas, repitiendo en sus arrugas lejanos vestigios de hombres. Un gran espejo duplicaba paredes, encaminaba al mundo a una consistencia de naturaleza muerta. Abou-Hassán se levantó, pasó junto a la mujer que lo miró en silencio y contempló su reflejo con perplejidad infantil, le hizo votos solemnes. Un examen más detenido reveló que la superficie no era inerte sino que se esforzaba en imitar la piel del invierno, sus formas de agua. Se miró hasta observar que su reflejo envejecía, como si el tiempo pasara de ave en reposo a una en continua migración, entretenida en las líneas de su rostro y pensó –en el desfiguro– que su memoria comenzaba a inventar. Sintió oleadas de vértigo. Advirtió una revuelta de lunas en el techo. En los ojos duplicados manaban transparencias. Abou-Hassán intentó hablar pero una voz le murmuró que aún no estaba preparado: su mente era demasiado elemental para la fantasía, su pensamiento el torpe dibujo de un niño. La somnolencia volvió; el sopor fue un vaso de agua rebosante. Bostezó. La mujer lo guió con calma al diván. Volvió a dormir.
Alejandro Badillo
2 Comments:
Lindo cuento, mi estimado!!!!! Espero que tengas mucha suerte con los concursos y con la beca del próximo año!!!
Aprovecho para desearte lo mejor en este fin de año, mi estimado, muchas fiestas y mucha cerveza, je, je... Agradezco tu amistad, y bueno mis mejores deseos literarios.
Gracias Judith, esperemos buena suerte para todos en el próximo año. Abrazos
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