Thursday, April 13, 2006

Encuentros inesperados


El aire es frío y te acompaña mientras las puertas abren sus hojas de alta tecnología. El ronroneo eléctrico de las escaleras te lleva a la terraza, donde puedes observar el cielo contenido, a la ciudad que no entiende de tristezas, de mañanas huérfanas de sol, llenas de bostezos. Entras al baño para verte en el espejo, tu rostro aburrido te asusta y acercas las manos al despachador de papel, como si la sola proximidad fuera suficiente para comprender el complejo mecanismo que deja en libertad las toallas. Sales del baño justo cuando la luz se convierte en una escala de grises; la observas detenerse en las tazas de café, en los ojos de la mujer que contempla las rebajas de una boutique. Deambulas por el piso reluciente. Entras a la tienda de mascotas y te solidarizas con los descoloridos canarios, con las tortugas amontonadas en una piedra, con los peces que inventan nuevas formas de nadar en su cárcel perpetua. Sales de la tienda con pensamientos tristes y eso te lleva a sentarte en una banca, a tratar de imaginar los pensamientos de la chica que reparte propaganda. Su sonrisa perfectamente ensayada hace que te levantes de tu asiento. Pasas junto a un mapa, pero prefieres seguir tus instintos y caminas sin rumbo entre anuncios luminosos, entre gente de vidas planeadas y boletos de estacionamiento. Encuentras un poco de consuelo cuando llegas a la fuente; algunas monedas están en el fondo, y piensas en los deseos que formuló la gente al aventarlas. Buscas en los bolsillos y sacas una pequeña moneda plateada, la pasas entre los dedos mientras dejas que alguna vana esperanza llegue a tu mente. Al no presentarse ninguna, la colocas en tu uña como una piedra lista para ser impulsada por una catapulta. Inicias la cuenta regresiva. Cuando el momento cumbre se acerca, sabes con exactitud lo que vas a pedir. El pulgar se acciona como un resorte y la moneda gana altura, gira sobre su eje varias veces hasta que se zambulle entre las burbujas que custodian el chorro de agua. Después de flotar unos instantes, tu deseo convertido en moneda desciende entre vaivenes. La travesía no termina al hacer contacto con el fondo, porque una vez ahí, es impulsada por las corrientes surgidas de las entrañas de la fuente. Después de superar las intersecciones de los mosaicos, se detiene junto a otra moneda similar en tamaño aunque de color dorado. Sonríes porque tu deseo se está cumpliendo. En ese momento la mujer de la moneda dorada, que había lanzado sus pensamientos al agua minutos antes que tú, sabe que algo está pasando, que debe regresar inmediatamente al centro comercial. Vas por un café de máquina, le pones mucha azúcar y regresas a tu lugar junto a la fuente. Mientras esperas la conclusión del deseo, la mañana congrega más nubes, se disfraza de tarde. Un empleado del centro comercial pasa frente a ti, lo llamas, te mira extrañado cuando mencionas algo sobre los encuentros inesperados.

Alejandro Badillo

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