Elogio de la bicicleta de Marc Augé
La creciente expansión de las ciudades, además de modificar las relaciones entre los habitantes, también ha transformado su forma de trasladarse. La urbe moderna ha sido diseñada casi exclusivamente para el uso del automóvil dejando en el olvido a los ciclistas y peatones. Eventos recientes como la presentación del libro Diarios de bicicleta del miembro de los Talking Heads, David Byrne, han puesto en el debate el tema del transporte y el rescate de la bicicleta para viajar en la ciudad y apropiarse de los espacios que pasan desapercibidos en un viaje por automóvil. A esta propuesta se une Elogio de la bicicleta de Marc Augé (1935) antropólogo y etnólogo que ha acuñado términos como los “no lugares”, sitios ordinarios en las grandes ciudades que emplea como laboratorio para observar el comportamiento de las masas, continuamente bombardeadas por imágenes y sujetas al poder de los medios de comunicación.
Elogio de la bicicleta se divide en cuatro capítulos: “El mito vivido”, “La crisis”, “La utopía” y “Nuevamente con los pies en la tierra”. Augé recurre a su biografía para emprender su elogio y recuerda las competiciones ciclistas que seguía en su niñez, sobre todo el Tour de Francia. El autor apunta que, como en muchos deportes, el elemento lúdico de aquellas carreras ciclistas ha sido sustituido por una feroz competencia donde se recurre a todo para obtener el triunfo que, a su vez, se traduce en dinero y en contratos publicitarios. Para Augé la bicicleta es un medio solidario, que permite una relación más cercana con el otro, con la ciudad y con la naturaleza. La bicicleta es una extensión del cuerpo que posibilita experiencias que, para la mayoría de los habitantes, son desconocidas. La ficción ha planteado los problemas inherentes al uso masivo del automóvil. En Isla de cemento, novela de James Graham Ballard, un automovilista queda varado en una vía de alta velocidad, pasan horas y nadie se detiene a ayudarlo; ante la imposibilidad de regresar a su casa el conductor se interna bajo el asfalto y descubre un lugar ignorado por el “mundo exterior” donde viven exiliados de la sociedad, gente rodeada de objetos de una época anterior. Menos aterrador pero igualmente demostrativo es el inmenso embotellamiento de “La autopista del sur” memorable relato de Julio Cortázar en el que los conductores pasan varios días varados en las afueras de París y se ven obligados a cooperar entre ellos para sobrevivir a la casi infinita espera. Este escenario no es lejano a las noticias diarias sobre el caos vehicular en horas pico.
Marc Augé ofrece datos de ciudades en Europa que han fomentado el uso de la bicicleta para el transporte cotidiano con estaciones donde se puede rentar una. Al igual que el movimiento Slow Food que busca contrarrestar una modernidad veloz que uniformiza costumbres, Elogio de la bicicleta ofrece una vía de escape al pasado, una ventana en la cual se privilegia la creatividad para buscar resquicios en la ciudad y disfrutar de la lentitud. Como una utopía que poco a poco se va haciendo realidad el autor esboza un futuro donde la bicicleta ofrece oportunidades para todos, en el que cada viaje realizado es un descubrimiento personal. Para los escépticos del uso de la bicicleta habría que recordar que, según Morris Berman en su libro de ensayos Cuestión de valores, reseñado anteriormente en este espacio, la velocidad promedio de un auto en la zona céntrica de Nueva York es de 10 kilómetros por hora.
Cada capítulo de Elogio de la bicicleta es un nuevo acercamiento al lugar donde vivimos y una invitación para recuperarlo. Más allá de un sesudo estudio sociológico o un compendio de cifras a favor del uso de la bicicleta, el libro de Augé abreva de la tradición de los “elogios” en la que se resaltan objetos en apariencia intrascendentes pero que, iluminados por una nueva mirada, adquieren trascendencia. Andar en bicicleta tiene algo de la locura que pregonaba con sabiduría Erasmo y este elogio nos invita a perdernos en ella.