Monday, December 10, 2007

David Huerta

A propósito de la comilona que tendremos mañana con David Huerta posteo la columna de Julio Eutiquio Sarabia que con aguda prosa nos relata los avatares del alcohol y su relación con el vate Huerta. Luminosas palabras sin duda:

"Leyendo el número 136 de Tierra Adentro, en su entrega correspondiente a octubre-noviembre de este año, he rememorado un antiguo “retrato” que José de la Colina escribiera de José Revueltas y que publicara en el periódico Unomásuno. Recuerda aquél que conoció al autor de Las evocaciones requeridas en una fiesta en la cual el alcohol había cumplido ya su labor de relajación y de embrutecimiento. En un rincón, tras deleitarse escuchando absurdas canciones sobre la muerte, Revueltas se empeñaba en disertar sobre la música que acompaña todo derrumbe. Antes que sobresaltarse, disfrutaba esa condición porque su pesimismo —digno de ser reprobado por sus bienpensantes camaradas o sus “compañeros de ruta”, como sucedió con El cuadrante de la soledad y Los días terrenales— resultaba notorio y coherente en un escritor cuya preocupación central era el hombre, con o sin mayúscula. Revueltas, a gusto con su grandilocuente borrachera, nunca aclaró si las bebidas espirituosas eran las causantes de ese estado de gracia o si también se llegaba a él durante la más desoladora de las sobriedades.El alcohol, que en la cultura occidental recurre siempre a la libérrima bendición de Dionisos, impregna las páginas de Tierra Adentro mediante ensayos, poemas y narraciones. Aunque confieso que no soy el mejor comprador de la revista, aprecio en mucho la cortesía que la distingue del resto de las publicaciones auspiciadas por nuestras instituciones. Número tras número cuenta con directores invitados que, sin lugar a dudas, robustecen su propuesta editorial al mismo tiempo que tientan con mayor sutileza la adormecida curiosidad de los lectores.Convencido como estoy de que las publicaciones periódicas (revistas, suplementos…) son una empresa colectiva, infiero que el éxito de éstas —esa relativa conjunción de ventas y alteración benéfica del gusto— radica en la convocatoria que seduce a los enemigos de la estulticia y, por lo tanto, a quienes permanecen ajenos a la turbia complicidad de las relaciones públicas. Sólo los megalómanos, abundantes en las universidades, suponen que encarnan cualidades tan extraordinarias como el gusto y la desenvoltura crítica. Pero me consta: son sordos y no distinguen el artículo efímero del ensayo literario. Solipsistas, se entregan a causas lastradas por viejos y nuevos fanatismos sin importarles la institucionalidad. Si hemos de atender momentáneamente a las estadísticas —sospechosas como siempre—, el alcohol, cuyo consumo aumenta vertiginosamente entre la población, es un tema vasto y de aristas no siempre amables. Si de la escritura se trata, no escasearán escritores paradigmáticos que ilustren a la perfección las costumbres del creador y los beneficios o los defectos de su obra. Tal vez por ello, Tierra Adentro optó por nombres nada canónicos y por aproximaciones ensayísticas y artículos que exhiben su “ligereza”, como el condescendiente texto de Eusebio Ruvalcaba en el que narra sus apapachos con el alcohol. Muy aparte se cuecen las notas de Cristina Rivera Garza sobre el alcoholismo femenino, el espléndido poema de Luis Armenta Malpica y la entrevista que Carlos Oliva Mendoza —el director invitado— sostuviera con David Huerta. “El vino es otra herida / inflamatoria / para que el hombre sepa de la muerte”, escribió Malpica en “La ebriedad de Dios”.Además de la omnipresencia de T. S. Eliot, la entrevista con David Huerta toca el tema de Incurable (Ediciones Era, 1987), un libro que carece de parangón en la poesía mexicana de los últimos quince años. Por la desolada visión del sujeto lírico que derrocha luminosidad, por la abrumadora exuberancia de sus imágenes, por la agotadora intensidad de su prosodia y por sus eventuales caídas, Incurable es la melancólica obra de un romántico. (La belleza, asegura Julia Kristeva, nació en el país de la melancolía.) Pero Incurable, dicho sea de paso, socava cualquier posibilidad de definir el verso libre porque su estructura se ha puesto al servicio de una sensibilidad que, para expresarse, tampoco ha renunciado al verso tradicional.David Huerta —puesto que estamos en el asunto del alcohol— confiesa el antiguo placer que le otorgaba la bebida: “Uno deja lo más quiere, que es beber, y paga el precio de la derrota. El alcohol te derrota cuando tú tienes que renunciar a él. Sólo le ganas al alcohol cuando te mata. En ese sentido estoy muy problemáticamente de acuerdo con el alcoholismo extremo que te lleva a la muerte. Y ésa es la idea y la experiencia límite de lo único que vale, si uno es borracho de veras. O se es un borracho falso, que se deja derrotar por el alcohol y entonces lo abandona (…) No estoy en desacuerdo con que la gente beba; el vino, con sus dioses, sus rituales, su maravilla lúdica me parece uno de los fundamentos de la civilización (…) Han querido crear un personaje antinómico respecto del que escribió Incurable, del que padeció ese libro. Y me dicen con gran malignidad: ‘beata nueva, puta vieja’. Pero no, quizá habría que decir: ‘puta que dejó de ejercer’.”Nada optimista ante la pregunta “para qué poetas”, David Huerta se torna antibecqueriano y responde de manera drástica: “Tal vez dejará de haber poetas, dejará de haber poesía y quizá sólo habrá becarios y tutores y mercadotecnia literaria.”

Sunday, December 09, 2007

Alejandro Badillo, leyendo "Me llamo rojo" de Orhan Pamuk


Friday, December 07, 2007

Otro de Julián Herbert

MC DONALD'S

Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molidaNunca te enamores de la mesa puesta
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantanea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania: no importa,
todo nombre morira) , una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules bajo la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, tambien,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rapida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su servicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
preterito simple, en papel
membretado, en peliculas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libro
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.
Nunca.
No.

Thursday, December 06, 2007

Container City Cholula



En plena moda "trendy" los emprendedores empresarios han decidido invertir sus muchos pesos en comprar un terreno en San Andrés Cholula y utilizar contenedores de metal como vivienda alternativa y fashion. En la lógica de reutilizar objetos de uso popular y maquillarlos para volverlos "inn"(como sucedió con las playeras de lucha libre y las bolsas de supermercado) los genios de la mercadotecnia invitan a que el estudiante cholulteca viva en un lugar que es "lo de hoy" y además de presumir su filiación globalifóbica de boutique. Aunque la supuesta vivienda "alternativa" carece de medios propios de captación de agua, de gas, electricidad, sin mencionar la basura. En fin... es un montón de cascarones listos para ser rentados a precios astronómicos por las buenas conciencias.

Alejandro Badillo

Monday, December 03, 2007

Expediente del atentado


El 16 de Septiembre de 1897, Arnulfo Arroyo, un alcohólico caído en desgracia, se infiltra en la comitiva del presidente Díaz durante el desfile que conmemora el aniversario de la independencia e intenta –sin éxito- asesinarlo. A partir de ésta anécdota, empolvada en la ficción y en los libros de historia, Álvaro Uribe (México 1953) escribe una novela polifónica donde el personaje será agresor y víctima, donde a partir de una orden del dictador: “que no se le haga nada a este hombre. Cuídenlo. Ya pertenece a la justicia” será punto de inicio de una cadena de complicidades que terminará con el asesinato a mansalva del Arroyo y el posterior suicidio del jefe de policía que debía cuidarlo. A pesar de estar basada en un hecho real, la novela no se regodea en datos, ni en una indagación precisa de la historia, sino que utiliza la anécdota para crear unos personajes siempre en penumbra, a expensas de que su vida se desbarranque por una palabra, un gesto del caudillo. Uribe reconstruye el expediente de una dictadura que aún no veía su decadencia y que mantenía bien sujetos los hilos del poder. La sentencia “ya pertenece a la justicia” provocará que el destino del personaje lo decida el azar, la conjura de los altos mandos de la policía, pero también la ambigüedad de Arroyo, su transición de fiel admirador del presidente al idealista que busca liberar a la patria del tirano.

Para integrar el expediente Uribe utiliza la voz de familiares, soldados, burócratas. Entretejida en la novela hay una voz condensada: “los que saben” que siembra verdades con pistas falsas. Distintos personajes dan su versión de los hechos, tratan de analizar motivos y consecuencias. Entre el coro que narra la novela funciona como un hilo conductor el escritor Federico Gamboa que, involucrado por accidente al conocer desde la infancia a Arroyo y tener amoríos con la prometida del malogrado jefe de policía, funciona como el testigo más fiel de los hechos mediante las cartas y anotaciones en su diario. Uribe integra su expediente con diversos recursos narrativos: primera persona, narrador omnisciente, notas de periódico, actas de juzgado, fotografías, una farsa en un acto. La construcción del expediente refleja verosimilitud pero también de fragmentación, de alejamiento de una “verdad” que es distinta a cada momento y que en política es moneda de cambio para obtener favores, salvar el prestigio o la vida. La tesis de “expediente del atentado” son un montón de preguntas: ¿Arnulfo Arroyo actuó solo?, ¿el atentado era parte de una estrategia para derrocar a Díaz? ¿El jefe de policía había montado una conjura, ciertamente ingenua, para salvar al presidente y obtener la gracia del dictador?

Uribe deja las preguntas y no le interesa resolverlas porque su ambición es otra: el acertado juego de voces que recorren las páginas de la novela, que se engarzan unas a otras para dar vida a varios retratos, sobresalen dos: el de la madre de Arnulfo Arroyo que narra la vida de un hijo consumido por el alcohol, el abandono de sus estudios, las peleas con su padre; el del jefe de policía que justifica el asesinato de Arroyo mediante una retórica patriotera y engañosa cuyos motivos quedan en penumbras con su suicidio. Federico Gamboa anota, lee periódicos, sigue pistas mientras trata de zafarse de la prometida del jefe de policía. El escritor sabe muy bien que acercarse demasiado al juego puede involucrarlo y sigue temeroso, tras bambalinas, unos acontecimientos que en la superficie (periódicos de la época) parecen nimios pero cuyo interior revelaba aguas revueltas, un complejo entramado de intereses y conjuras.

La novela puede entenderse como una suerte de género compilatorio, un expediente donde se integran voces, monólogos, retratos. El novelista inexperto puede naufragar entre personajes, anécdotas, escenas. Se necesita experiencia y buena mano para mantener la tensión entre los capítulos, involucrar personajes cuya certeza histórica no sea límite sino punto de partida de una vida propia que pueda aprovechar las posibilidades de la ficción, los recursos de la literatura. Álvaro Uribe ha apostado, más allá de la curiosidad, de la leyenda (un aparente leit motiv de la historia, cuya repercusión no pasaría del mero anecdotario), por explotar la vocación de la literatura como experimento estilístico pero también su posibilidad como interrogante, como sugerencia. Mediante un manejo acertado de la prosa integra un expediente que muestra las distintas caras de la ficción, voces aparentemente disímiles que buscan sobrevivir en los círculos de poder y cuyos motivos no son lejanos a los de la política actual.
Alejandro Badillo