Tuesday, November 27, 2007

Guitar Shorty


Foto tomada por Andrea al bluesman Guitar Shorty, guitarrista acróbata y cuñado de Jimy Hendrix. El artista recorrió el primer nivel tocando un interminable solo de guitarra.

Friday, November 23, 2007

Tom Waits bebe con Li Po




El corazón del sábado en la noche
(Tom Waits bebe con Li Po)
El viento baja del bosque. La luz del bulevar
baila como una vela en el pretil de una ventana.
Cielo tibio. Las montañas forman una corona
alrededor de nosotros. Alquien habla de futbol
entre el llano dormido del estacionamiento
y los gritos que salen a la puerta del bar.
Por la barra, las luces de colores
saltan vasos vacíos,
como en un juego de damas chinas.
La música es un río tembloroso de estrellas.
Una botella de vodka
hace más transparente la luna.
Julián Herbert

Wednesday, November 21, 2007

Tan cerca... tan lejos



Alejandro Badillo repite mención en el concurso nacional de cuento fantástico 2007. Esta vez en lugar de la cuarta mención (obtenida el año pasado) obtuvo la primera, lo cual nos da un avance nada desdeñable en su obstinada búsqueda de gloria y fortuna. Si la lógica es favorable, el próximo año nuestro héroe debe estar brindando con ginebra bombay. En caso de repetir por tercera vez con mención, el malogrado autor planea llevar su caso a tribunales. Seguiremos informando.

Sunday, November 18, 2007

El increíble devorador de libros




1. Declaración de principios


Esta columna es el registro cotidiano de las lecturas del devorador de libros. En medio de laberintos de páginas, navegando entre títulos, géneros y llamativas portadas, estas colaboraciones pretenden ser la recomendación de un vicioso, un lector siempre dispuesto a la crítica y a la sorpresa. Devorar libros tiene algo de fruición, de perversidad patológica pero también de la necesidad de compartir, de mostrar a una improbable cofradía el tesoro encontrado entre los anaqueles, el autor casi inédito o el que tiene varios premios a cuestas. Esta columna aboga porque el acto de devorar libros no sea una materia exclusiva de la academia, sino el terreno propicio para el exhibicionista, para el distraído que entra por primera vez a una librería, para el que ya lee y quiere seguir inundado de palabras o para el que se descubre vicioso al mantener, como un amuleto, un libro en el buró, para leer en las horas silenciosas de la noche. El devorador de libros tiene la ventaja de no distinguir nacionalidades, escuelas, biografías, modas. En el camino habrá páginas olvidables, párrafos de una densidad gratuita, algún mamotreto digno de apuntalar la pata de una silla. Pero el vicio perdurará y el síndrome de abstinencia hará que el devorador vuelva a rondar los pasillos de la librería en busca de una nueva oportunidad. Tal vez habrá reseñas de las novedades que asolean sus portadas en los aparadores y cuya caducidad es comparable a la de un yogurt o la de un queso. Tal vez una entusiasta referencia sobre algún libro secreto, cuyo autor yace oculto entre cientos de autores cuyas páginas huelen a novedad, a ventas. El devorador de libros es un ente espontáneo, que divaga antes de ir al grano, así que, el desprevenido lector no deberá inquietarse si el inicio de la columna comienza con la descripción de un día lluvioso o el estado de ánimo de un gato, porque la inercia al fin ganará y pronto estará hablando de historias, tramas sencillas, complejas; personajes asentados en la memoria colectiva o fantasmas sin nombre. El devorador dará un informe puntual, una versión de su lectura que sirva para animar al visitante Los lazos que tiende la literatura son, en su mayoría, anónimos y, desde su aparente invisibilidad, esta columna espera correr con la suerte de las palomas mensajeras, de los libros continuamente prestados. Desde esta orilla de la página el devorador de libros se despide porque tiene en la mesa varios ejemplares atrasados.









Wednesday, November 14, 2007

LAZING ON A SATURDAY AFTERNOON


Las primeras nochebuenas en mi nuevo hogar. Maese Giovanni Patrón y el autor del blog brindando con esos famosos tarros de a litro. Asiste a la escena el incondicional Larry (la figurilla anaranjada que trepa hacia los libros)...

Saturday, November 10, 2007

"El diablo en el cuerpo"

Libro conseguido más por intuición que por otra cosa. Una joyita que evoca "Bella del señor" de otro francés: Albert Cohen. Radiguet disecciona, con asombrosa sabiduría, los entresijos del amor, sus tiranías, asombros y frivolidades. Sorprende más al saber que escribió la novela siendo adolescente. Encontré en la red esta apasionada reseña de la edición del libro hecha por Pre-textos. Para fortuna mía el libro lo encontré en una editorial más accesible. Una buena recomendación para una lectura concentrada, viendo a través de la ventana una hoguera bien alimentada y tal vez un poco de jazz como pieza de fondo.


Con un libro, AL REVÉS, en 1884 Huysmanns, vanguardista "avant la lettre", decretaba el fin de la novela amorosa, piedra de toque del naturalismo en la que habían incursionado, con suertes dispares, desde Dumas hasta Tolstoi, pasando por Balzac, Flaubert y Maupassant. Harto de todo aquel "marivaudage", de tanta pasión doliente entre duques y condesas, entre burguesas y soldados, inauguraba el gesto experimental que habría de cambiar radicalmente el punto de mira de la literatura venidera: el fresco social y la novela de amor iban a ceder su cetro a obras que, por hallarse ésta precisamente en crisis, se abocaron a interrogar la individualidad. Pero algo esencial había quedado en el tintero. Hacia 1920, un adolescente hermoso, visionario y trágico escribía dos grandes novelas de amor: EL DIABLO EN EL CUERPO y EL BAILE DEL CONDE DE ORGEL. Raymond Radiguet sobreimprime a la ilusión amorosa todo el desencanto, la irreverencia y la amargura del siglo siniestro que comenzaba. El "enfant terrible" que narra en primera persona la historia de adulterio y de iniciación amorosa de EL DIABLO EN EL CUERPO -sobre el fondo más miserable que épico de la primera guerra mundial- se da el lujo de amar y de diseccionar al mismo tiempo el amor como un médico que observa su propio cáncer al microscopio. Extremo opuesto al de Ana Karenina, aquí el enfermo de pasión y el moralista son uno y el mismo, y Radiguet no ofrece para esa paradoja ningún paliativo. Su erótica tiene la fuerza de Shakespeare, pero también la crueldad de Lautréamont, la lucidez destructiva de Rimbaud, el humorismo furioso y compasivo que Céline abordaría en su Viaje, la extraordinaria precisión emocional de Proust. Como Rimbaud, Radiguet dejó la escritura tempranamente, no por el contrabando y la gangrena, sino por una muerte anónima, solitaria y precoz en un hospital público. Como aquél, que fascinó a Verlaine, Radiguet hechizó a Jean Cocteau. Escrita a la misma mesa que Thomas el impostor, de este último, es su contracara perfecta. Donde Cocteau narra la guerra en términos de lujo, para Radiguet la lujuria es la guerra por otros medios, una forma artísticamente refinada de "folie à deux". EL DIABLO EN EL CUERPO es una novela bella y maldita, que atrapa y lastima desde la primera hasta la última línea, y que se entrega al corazón para traicionarlo una y otra vez en brazos de la inteligencia. Si la guerra es la ley del mundo, el amor es un crimen que exige de los dos que van a aniquilarse los más altos atributos de la sensibilidad, la crueldad y la imaginación.

Thursday, November 08, 2007

Naufragio Parte III


Nos despertamos temprano para ir a la costa. Al llegar a las cercanías del campamento vimos que el hombre aún seguía dormido bajo la sombra improvisada de su tienda. Tenía las manos junto a su pecho, los párpados apacibles, concentrados en un punto difuso de su sueño. Esperamos con paciencia a que despertara. No pasó mucho tiempo porque el hambre arreciaba y la sed era un abismo que activaba células, músculos, nervios. Abrió los ojos y se puso de pie con dificultad. Se quitó las botas y fue al encuentro de la marea. El vaivén, la espuma que dejaba entre sus pies racimos de luz, le dieron tranquilidad y bañó su cara, los brazos, el pecho. Terminada la operación, permaneció de frente al mar, aferrado en seguir los restos del naufragio, pedazos de madera que aún sobrevivían y que recordaban los huesos desperdigados de una ballena. Y por un momento, cuando alzó la mirada y saltó y agitó los brazos buscando el amparo de un barco que no existía, alguien dijo que su necesidad no era de hombres, ni de volver a caminar en calles quietas y blancas, sino era el miedo el que lo motivaba, el que le hacía conservar en los labios el silencio, registrar con minucia sus dolores, darse cuenta que él mismo se estorbaba. Se derrumbó en la arena, derrotado por el sol, cansado de que el azul se tragara sus gritos. Cerró los ojos para evitar la sensación de infinito, la distorsión en el tiempo que provocaban las nubes; el odio que sentía hacia el continuo parloteo de los pelícanos, apenas interrumpido por breves peleas, apareamientos.

Alejandro Badillo

Sunday, November 04, 2007

Crítica no. 124


El curioso lector podrá encontrar mi último cuento: "La invención del invierno" en el número 124 de la revista Crítica.