Tuesday, November 27, 2007
Friday, November 23, 2007
Tom Waits bebe con Li Po


Wednesday, November 21, 2007
Tan cerca... tan lejos

Sunday, November 18, 2007
El increíble devorador de libros

1. Declaración de principios
Esta columna es el registro cotidiano de las lecturas del devorador de libros. En medio de laberintos de páginas, navegando entre títulos, géneros y llamativas portadas, estas colaboraciones pretenden ser la recomendación de un vicioso, un lector siempre dispuesto a la crítica y a la sorpresa. Devorar libros tiene algo de fruición, de perversidad patológica pero también de la necesidad de compartir, de mostrar a una improbable cofradía el tesoro encontrado entre los anaqueles, el autor casi inédito o el que tiene varios premios a cuestas. Esta columna aboga porque el acto de devorar libros no sea una materia exclusiva de la academia, sino el terreno propicio para el exhibicionista, para el distraído que entra por primera vez a una librería, para el que ya lee y quiere seguir inundado de palabras o para el que se descubre vicioso al mantener, como un amuleto, un libro en el buró, para leer en las horas silenciosas de la noche. El devorador de libros tiene la ventaja de no distinguir nacionalidades, escuelas, biografías, modas. En el camino habrá páginas olvidables, párrafos de una densidad gratuita, algún mamotreto digno de apuntalar la pata de una silla. Pero el vicio perdurará y el síndrome de abstinencia hará que el devorador vuelva a rondar los pasillos de la librería en busca de una nueva oportunidad. Tal vez habrá reseñas de las novedades que asolean sus portadas en los aparadores y cuya caducidad es comparable a la de un yogurt o la de un queso. Tal vez una entusiasta referencia sobre algún libro secreto, cuyo autor yace oculto entre cientos de autores cuyas páginas huelen a novedad, a ventas. El devorador de libros es un ente espontáneo, que divaga antes de ir al grano, así que, el desprevenido lector no deberá inquietarse si el inicio de la columna comienza con la descripción de un día lluvioso o el estado de ánimo de un gato, porque la inercia al fin ganará y pronto estará hablando de historias, tramas sencillas, complejas; personajes asentados en la memoria colectiva o fantasmas sin nombre. El devorador dará un informe puntual, una versión de su lectura que sirva para animar al visitante Los lazos que tiende la literatura son, en su mayoría, anónimos y, desde su aparente invisibilidad, esta columna espera correr con la suerte de las palomas mensajeras, de los libros continuamente prestados. Desde esta orilla de la página el devorador de libros se despide porque tiene en la mesa varios ejemplares atrasados.
Wednesday, November 14, 2007
Saturday, November 10, 2007
"El diablo en el cuerpo"

Thursday, November 08, 2007
Naufragio Parte III

Nos despertamos temprano para ir a la costa. Al llegar a las cercanías del campamento vimos que el hombre aún seguía dormido bajo la sombra improvisada de su tienda. Tenía las manos junto a su pecho, los párpados apacibles, concentrados en un punto difuso de su sueño. Esperamos con paciencia a que despertara. No pasó mucho tiempo porque el hambre arreciaba y la sed era un abismo que activaba células, músculos, nervios. Abrió los ojos y se puso de pie con dificultad. Se quitó las botas y fue al encuentro de la marea. El vaivén, la espuma que dejaba entre sus pies racimos de luz, le dieron tranquilidad y bañó su cara, los brazos, el pecho. Terminada la operación, permaneció de frente al mar, aferrado en seguir los restos del naufragio, pedazos de madera que aún sobrevivían y que recordaban los huesos desperdigados de una ballena. Y por un momento, cuando alzó la mirada y saltó y agitó los brazos buscando el amparo de un barco que no existía, alguien dijo que su necesidad no era de hombres, ni de volver a caminar en calles quietas y blancas, sino era el miedo el que lo motivaba, el que le hacía conservar en los labios el silencio, registrar con minucia sus dolores, darse cuenta que él mismo se estorbaba. Se derrumbó en la arena, derrotado por el sol, cansado de que el azul se tragara sus gritos. Cerró los ojos para evitar la sensación de infinito, la distorsión en el tiempo que provocaban las nubes; el odio que sentía hacia el continuo parloteo de los pelícanos, apenas interrumpido por breves peleas, apareamientos.
Alejandro Badillo